nueva york
HARRY John Roland es, a sus 57 años, un esclavo. Esclavo del recuerdo de la tragedia de las Torres Gemelas, pero esclavo también de sus propias obsesiones. De lo contrario, no pasaría cada día de su vida junto a la Zona Cero. Lo hace a diario desde 2005, incluso sábados y domingos. "Vengo siempre, paso entre dos y tres horas", asegura a dpa Roland, un hombre de color al que es imposible ignorar en la calle Greenwich entre Cedar y Liberty. Si uno se para de espaldas a la pared, tendrá ante sí la sólida ausencia que son las torres derrumbadas en los atentados del 11 de septiembre de 2001. Si se gira, se encontrará con un mural de bronce de unos diez metros de largo en el que se rinde homenaje a los miembros del departamento de bomberos de Nueva York muertos en aquellos días. Y se encontrará, muy probablemente, a Harry, de voz estentórea y verbo fluido.
Harry dice trabajar de fotógrafo free lance, pero fue maestro, y se le nota. "History, don't let it be a mistery (no permitas que la historia sea un misterio)" es una frase que repite hasta 100 veces al día, y muchos integrantes del enjambre de turistas, curiosos y neoyorquinos que pasan por allí se detienen, embrujados por la convicción del hombre que asegura haber perdido a un sobrino en la torre sur y salvado a su hijo aquel día.
"hay que recordar" El nombre que da del sobrino no coincide con la lista oficial de víctimas. Y, cuando da otro, es el de un niño blanco. Pero Harry repite hasta la saciedad dos cosas. Una, que hay que recordar que los atentados no afectaron sólo a las dos torres, sino también a cinco edificios circundantes en los que murió más gente, al igual que en el sistema de transporte subterráneo. La otra, que hay más muertos de lo que se dijo, entre otras cosas, porque en los sótanos de las Twin Towers vivían hasta 120 "homeless" a los que nadie echó de menos. "¿De dónde eres?", dice de improviso fijando la vista en una niña de diez años que pasa junto a su padre.
Al saber que la niña es italiana, Roland reacciona de inmediato: "Italia. Tú naciste el mismo año en el que aquí murieron 21 compatriotas tuyos". El padre, en vez de alejar a la niña del extraño, que no le está contando cosas precisamente agradables a su hija, se queda también embrujado con Harry. "La gente debe saber. ¡Conozcan la historia, no tengan complejos!", grita, mientras no deja de sacarle brillo con un trapo húmedo al bronce del mural recordatorio. Allí hay 343 nombres que se despliegan por orden jerárquico. El primero, a la izquierda, es el del subjefe de bomberos por aquel entonces, William M. Feegan. El último, en el extremo derecho, el de Ricardo I. Quinn, paramédico del batallón 57. Del cuello de Harry cuelga un recipiente plástico en el que mucha gente deposita dinero, pero el "esclavo de las Torres Gemelas" no necesita incentivos para empezar a hablar.