cuando nada hacía presagiar la tragedia ni nadie esperaba que se desatara una crisis nuclear en Japón, un grupo de técnicos llegados del país del sol naciente aterrizó en el recóndito valle burgalés de Tobalina para perfeccionar sus conocimientos en materia de energía nuclear. Llegaron desde la por entonces desconocida central de Fukushima Daiichi y su visita apenas levantó polvareda mediática. Sólo el Diario de Burgos les dedicó un reportaje titulado La hermana gemela de Japón viene a aprender de Garoña. La razón de este viaje es que las dos plantas atómicas compartían tecnología y, desde el punto de vista de su diseño, son prácticamente idénticas. O mejor dicho, lo eran, puesto que de los reactores nipones ya no queda más que un amasijo de hierros y la amenaza de una catástrofe.
La tecnología de las dos centrales, desarrollada por General Electric y basada en el agua en ebullición -BWR, Boiling Water Reactor- , no fue lo único que hermanó a la planta de la empresa Tokyo Electric Power Company con la de Nuclenor. Casi coincidieron en sus fechas de inauguración. La burgalesa echo a andar el dos de marzo de 1971, mientras que la unidad número uno de la japonesa hizo lo propio veinticuatro días después. Las dos cuentan, por tanto, con cuatro décadas de experiencia a sus espaldas, aunque sus creadores las prepararon para operar durante 60 años. Si un desastre natural no lo impedía.
Tal y como relataba hace menos de un año el rotativo burgalés, el ingeniero y director general del Departamento de Mantenimiento de Fukushima, Takeyuki Inagaki, responsable de este primigenio reactor y de otros tres de los seis que componían el complejo Fukushima Daiichi, decidió viajar a España "para aprender de Santa María de Garoña junto a otros técnicos de su empresa". Durante dos intensas jornadas analizaron el trabajo desempeñado en la planta -emplazada a 64 kilómetros de Vitoria y a 91 de Burgos- "para llevarse lo mejor de Garoña a su país y dejar en el valle de Tobalina parte de la sabiduría nuclear japonesa, un país que destaca a nivel mundial por la modernización y actuación de sus centrales, sobre todo en instrumentación y control de última generación".
confianza plena Antes de las explosiones, el pánico y la incertidumbre, los japoneses explicaban que, a diferencia de Garoña -cuyo cierre sigue previsto para julio de 2013- el Gobierno nipón tenía plena confianza en la seguridad de la central y que contaba con su beneplácito para funcionar durante 60 años. El único límite contemplado, según reconocía el ingeniero, era el económico. El que las propias empresas se marcaran para decidir cuándo su explotación dejaba de ser rentable y cuándo merecía más la pena cerrarla que seguir pagando actualizaciones.
A falta de siete meses para que la desgracia se cebase con Fukushima, su responsable de mantenimiento estudió en Burgos la metodología empleada en Garoña para reducir el tiempo que los trabajadores de la central pasan expuestos a la radiación. Una cuestión que ahora trae de cabeza a los operarios encargados de atajar los escapes y a garantizar que el flujo de agua enfría los reactores dañados para impedir que se fundan. Señalaba entonces Inagaki que las dosis de radioactividad que recibían los empleados era uno de sus puntos débiles, aunque también quería aprender de la gestión de las paradas programadas, del mantenimiento de los equipos y de la organización de los trabajos. Sólo tuvo buenas palabras y declaró que "técnicamente podría operar a largo plazo".