DE estabilizarse la situación, los tunecinos podrían convertirse en ejemplo a seguir por los insatisfechos desde Rabat hasta Damasco. Muchos jóvenes árabes se sienten insatisfechos y piden reformas democráticas, como en Egipto, o mejores condiciones de vida, como en Jordania. Lo excepcional de Túnez es que no fue un golpe de Estado ni tampoco una presunta liberación con tanques americanos, sino una revolución árabe. Por eso, el levantamiento de los tunecinos podría adoptar un carácter modélico para millones de árabes que desde hace décadas sufren la corrupción de sus dirigentes. Las muestras de solidaridad llegan desde Yemen, Jordania, Egipto, Argelia o Marruecos. Sin embargo, si el experimento resulta un fracaso y los ciudadanos y el Ejército no logran en los próximos días poner fin a los saqueos, entonces la situación podría parecerse a la resaca tras la invasión estadounidense en Irak. "Un presidente se derroca sin tanques y sin una declaración de un nuevo líder. Esto es una novedad en la historia árabe", afirma un comentarista del diario Al Hayat. "El pueblo tunecino pagó el precio por la libertad y derrocó al tirano", alaba, por su parte, el partido de izquierdas egipcio Karama. También el centro Al Quds de estudios políticos, en Jordania, cree que otros árabes deberían aprender de la "revolución tunecina".
Pero no solo los movimientos de oposición y la mayoría silenciosa del mundo árabe deben sacar sus conclusiones por el derrocamiento del régimen de Ben Ali en Túnez. También la mayoría de gobernantes árabes se apresuraron, superado el primer shock, a tomar posiciones. Algunos de ellos se solidarizaron con los revolucionarios, posiblemente también para evitar que la chispa revolucionaria pasara a sus propias poblaciones. En este sentido, el Ministerio de Exteriores egipcio destacó que respeta la voluntad del pueblo tunecino, mientras el diario sirio Al Watan, cercano al gobierno, escribía que "la lección de Túnez no puede ser ignorada por ningún régimen árabe".
Los únicos que se situaron sin peros del lado del presidente caído fueron los saudíes, que acogieron al ya ex mandatario y a su familia, y el jefe del Estado libio, Muammar al Gaddafi. Pero no sólo los gobernantes árabes se vieron sorprendidos por la rápida caída de Ben Ali, sino también los islamistas de la región, que se vieron superados por los acontecimientos. Sus líderes y partidos saludaron la revolución de los tunecinos, pero a la vez se podía palpar su decepción ante el hecho de que no fueran los islamistas quienes hubieran derrocado a un jefe de Estado.