BILBAO - A pesar de las apariencias, Kadjar y Qashqai son, en esencia, el mismo producto. Nadie lo diría, porque a primera vista el parecido no es más intenso que el que mantienen con otros rivales. Es lo que tiene el efecto uniformizador de la moda.

Lo cierto es que ambos arrancan del mismo proyecto, un tallo que al final se ramifica y florece de forma dispar. El fruto de Renault comparte un 60% de componentes con el Nissan que lo ha precedido en el mercado. El parentesco resulta, por consiguiente, incontestable. Pero también es un vínculo difuso, puesto que solamente un 5% de esas piezas comunes son perceptibles.

La decisión de comercializar el Kadjar es absolutamente lógica desde el punto de vista de la marca Renault, aunque genera más dudas bajo la óptica del grupo Renault, al que pertenece Nissan. El motivo es que el mayor damnificado por la aparición del nuevo crossover del rombo va a ser, precisamente, el Qashqai, que ve en peligro su hegemonía en el sector.

En este caso, el ‘1+1’ es una ecuación compleja cuyo resultado no es ‘2’. La concurrencia de ambos productos difícilmente duplicará las ventas actuales por mucho auge que experimente el fenómeno crossover. Los directivos del consorcio tendrán que analizar si sinergias y economías de escala compensan la duplicidad. De momento, la idea entusiasma a los concesionarios del rombo, pero no seduce a los distribuidores de Nissan, cuyos resultados dependen demasiado del modelo replicado.

La pregunta lógica de la clientela es ¿qué producto elegir? La respuesta es simple: cualquiera de los dos. El Qashqai ha escalado hasta la cima de su segmento por méritos propios, buena parte de los cuales recaen ahora en el Kadjar. Imposible equivocarse. Así pues, esta vez van a jugar un papel esencial los factores subjetivos -la estética o la imagen de marca- y otros puntuales, como la disponibilidad de unidades o la propuesta económica concreta. La última palabra la tiene, por supuesto, el público.