Me he quedado estupefacto. Acabo de entrar a una oficina de atención al público de una conocida institución con numerosas competencias en la capital alavesa, y no me han respondido al saludo de buenos días. He sido directo y me he dirigido conscientemente a la persona que, presuntamente, me tenía que atender. Sin embargo, se conoce que no lo he hecho siguiendo los protocolos adecuados, porque la reciprocidad esperada se ha quedado en la nada absoluta. Ni siquiera ha barruntado un sonido gutunal que diera a entender que me había escuchado y que, efectivamente, era una persona y no una pared granítica. Por desgracia, me he acostumbrado a esta tendencia, a enfrentarme a la frialdad sistémica de quienes carecen por completo de la educación mínima para poder desarrollar una convivencia adecuada con seres semejantes que, en principio, han recibido las mismas nociones de urbanidad que el resto. Si me apuran, esa ausencia de las habilidades mínimas para diferenciarse de los residentes en una cochiquera me parece más flagrante si los interlocutores con mudez tienen que atender a un público que, por lo general, se sitúan al otro lado de la ventanilla con el ánimo justo para tratar de resolver sus problemas.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
