Qué vida esta que nos estamos construyendo entre todos. Tanto progreso, tanta sociedad del bienestar y tanto que no los creemos y lo pregonamos y aquí, al menda, no le da tiempo ni a ir a comer, y casi ni a ir al excusado, por el sinfín de obligaciones que se empiezan a acumular en la chepa que afea aún más mi desastrada fisonomía. Sé que no soy el único que padece los rigores de la vida moderna, en la que las vertientes familiar y laboral se pelean a diario por la supremacía en el tiempo. Esa guerra se desarrolla en desigualdad de condiciones y con derrota casi siempre de la primera, al menos, en mi vida. Al respecto, cada jornada nace bajo el paraguas de las buenas intenciones respecto al tiempo de calidad que he de reservar a los míos. Y ahí es donde entran siempre los imprevistos laborales, que suelen llegar en formato de legión y con poca paciencia para ser resueltos como Dios manda. Supongo que esto no tiene mucha solución de momento, ya que la sociedad impone sus cláusulas de manera inmisericorde para desgracia de aquellos que tenemos la obligación de trabajar para poder hacer frente a las numerosas necesidades que la propia sociedad impone, en una especie de bucle del que es imposible salir. Qué cruz.