Fui a Roma con varios objetivos, uno de ellos era ver La Piedad de Miguel Ángel. Y me recuerdo allí, en San Pedro del Vaticano, agradeciendo a la mente pensante y conocedora de la tontuna de la naturaleza humana que decidió alejarla respecto al público. Porque no dudé ni por un segundo de que, de haber sido un poco más accesible, algún fulano con ínfulas de tiktoker o de tonto a las tres –o las dos cosas a la vez– no habría dudado ni medio segundo en hacerse un selfi en el regazo de la Virgen mientras su colega, el listo del pueblo, hubiese aprovechado para escribir en el pie del Cristo El amigo de fulano estuvo aquí. Eso, en el mejor de los casos. Hace unos días, un turista decidió inmortalizarse en la galería de los Uffizi, en Florencia, junto a un cuadro y al caminar hacia atrás se desequilibró y se apoyó en el lienzo, rasgándolo. El museo ha anunciado que limitará las fotografías. Unos días antes, en el museo Palazzo Maffei de Verona, otro turista dañó gravemente la conocida como silla de Van Gogh al intentar hacerse una foto y caerse sobre ella. Sí, se nos ha ido de las manos esto de pretender ser originales con las fotos de las vacaciones. Dediquémonos a una experiencia innovadora: disfrutemos del arte en directo, sin pantallas. Estoy convencida de que es más enriquecedor alimentar la frágil memoria humana que la del móvil.