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Mesa de Redacción

César Martín

Tío Sam

Qué paciencia hay que tener. No hay manera de quitarse de encima al pegajoso del presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump. Pone y quita aranceles, amenaza a medio mundo y luego da marcha atrás, despide a miles de funcionarios en su país y se da cuenta al instante de que la acción ha puesto a millones de conciudadanos en peligro ante la falta de controles, por ejemplo, en la industria alimentaria... Y, todo ello, narrado al segundo por medios de comunicación serios y por gente que se considera como tal, pero que no pasan de correveidiles de segunda, incapaces, siquiera, de hacer la o con un canuto.

En cualquier caso, este señor se ha transformado en un cansino de manual, que ha logrado incluso superar los dejes del personaje para transformarse en lo que es hoy en día: una imagen que pretende transmutarse en Tío Sam y resucitar la grandeza y solemnidad de lo norteamericano, de su economía –aunque esta esté ya con los chinos corriendo en paralelo– y de sus valores –muy deteriorados, precisamente, por gentes como Trump y su cohorte– a base del aburrimiento del resto del planeta. Una cosa hay que reconocerle. El ruido que genera es capaz de ocultar la realidad, al menos, de momento. Después, a EEUU solo le quedará despertar.