Hace no muchos días, me sorprendí a mí mismo contemplando la televisión sin saber qué estaba viendo. Se conoce que mi atención no estaba en lo que debía en aquel momento, que era atendiendo a la oferta que proponía una conocida plataforma de contenidos. Estaba abstraída, en silencio, casi en estado zen. Y todo eso sin tener ni un ápice de idea de qué es el budismo y qué conceptos propugna. El caso es que después del lance en cuestión, me dio por recapacitar para llegar a una conclusión sorprendente: el día a día agota y la mente, abducida por las mil y unas distracciones que a uno le asaltan cuando las obligaciones vitales superan con claridad las capacidades para llevarlas a cabo, se desactiva por sí misma en según qué ambientes para intentar ordenar los acontecimientos y quehaceres y dar prioridad a aquello que azuza o que preocupa. Así escrito, parece una de esas verdades de perogrullo. Sin embargo, creo que lo importante no es la ocurrencia del menda, sino lo que está detrás de ella. Cada vez estoy más persuadido que a los arquitectos de la actual estructura social y su rango de deberes y obligaciones se les fue un poco la mano. De hecho, muchos seres humanos ya hemos perdidos el calificativo. Lamentable.
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