Me llama mucho la atención la insistencia y la cerrazón de ciertos empresarios de la noche gasteiztarra en su política de mostrar un cariño exacerbado con los agentes de los diferentes cuerpos policiales con competencias en materia de seguridad ciudadana en la capital alavesa. Me tomo este problema desde una ironía militante, porque de otra manera, no podría entender cómo es posible que ciertos emprendedores del ocio nocturno una y otra vez, machaconamente, procedan sin disimulo a facturar obviando que su actividad facilita un hábitat repleto de consumos exagerados y de clientes con un rango de socialización ínfimo que deberían berrear como acostumbran los ciervos, es decir, en medio de un monte. Todo el mundo tiene derecho a ganarse la vida, pero nunca a costa de convertir la del resto en un infierno cada vez que llegan las vísperas, los festivos y los fines de semana, fechas en las que cada mañana amanece en según qué locales dedicados al ocio nocturno con presencia de efectivos policiales con el mandato de acotar los desmanes de las criaturas allí presentes y de quienes no hacen nada para evitar que los muchachos y muchachas embrutecidos den rienda suelta a sus instintos primarios en la calle.
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