Desde el martes, nuestro amado escanciador de café y otras sustancias nos tiene sometidos en la tele del local a un maratón continuo de ese programa en el que un montón de yankis se dedica a hacer cuchillos y espadas para destripar cerdos como si no hubiera un mañana. Lo decretó así el lunes porque el fin de semana vio que los viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero llegaron a tal límite de improperios y mala leche por el desastre valenciano cada vez que enganchaban un informativo, que temió seriamente por la salud de varios de ellos. Una cosa es exorcizar la mala hostia y otra empezar a preguntar dónde se puede conseguir hoy una guillotina buena, bonita y barata. Pero que la caja tonta esté a sus cosas del forjado, no impide que alguno de los abueletes se haya acordado estos días de ese gran humorista del Prestige que tan buenos momentos nos dio a lo largo de su carrera. Sí, sí, aquel que habló de unos pequeños hilitos... y terminó siendo presidente del Gobierno. Así que el aitite ha pretendido que abramos una apuesta para ver cuánto le cuesta llegar a Carlos Mazón a la Moncloa. Como dice el venerable, en política, cuanto más hundido parece que estás, más lejos llegas. Mira al del golpe de Estado en el Capitolio. Casi cuatro años después, han cantado ¡bingo!.