La maldad del ser humano no tiene límites. Las violaciones sufridas por Gisèle Pélicot a manos de decenas de hombres en un plan organizado por su marido durante años es una prueba más de ello. Y el cinismo apabullante exhibido ahora ante el tribunal por algunos de los acusados lo atestigua. En la sala, ante la mirada de esta mujer, se han escuchado cosas tan alucinantes como: “Me siento culpable de violación pero no tenía la intención”. Con todo el cuajo y la jeta de teflón. Ese “no tenía intención” tiene una intención, obviamente: intentar atenuar la eventual condena. Estrategia de defensa. Por estas latitudes hemos debatido mucho sobre el tema del consentimiento y, conviene recordarlo, algunos manosearon el debate a conveniencia. Pero vuelvo a la frase del acusado: si ese individuo no hubiese tenido intención de abusar sexualmente de una mujer –mujer que además era drogada hasta la inconsciencia– no habría ocurrido; así de simple. Una de las defensas se ha permitido especular ante el tribunal sobre qué puede o no considerarse violación en función del tiempo que dure el abuso, con la víctima escuchando en la sala; otro día hablamos de la revictimización. Pura crueldad. En definitiva, la evidencia de la losa perversa y pervertida que sigue pesando sobre las mujeres y de la normalidad con la que esa losa está insertada en nuestra sociedad.
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