Creo que alguna vez ya he hecho referencia en este espacio a mi creencia de que el principio del año se debería situar en el mes de septiembre, por todo lo que supone para casi todo el mundo de regreso a la normalidad tras las vacaciones y los nuevos retos que en muchos casos se presentan a estas alturas. Salvo los que disfrutan de vacaciones tardías, casi todos andamos ya con esta vuelta a empezar que para los vitorianos se fija, sobre todo, después de la celebración de Olarizu. Casi todos hemos regresado ya a nuestros puestos de trabajo o a las obligaciones comunes en el hogar de cada uno en el caso de aquellos que estudian o ya están jubilados y que se han tomado también su particular espacio para el asueto. La vuelta al cole supone para muchos esa barrera, sobrepasada ya esta semana en la que ya no abundan niños –y no pocos y esforzados abuelos, indispensables en muchos casos durante las festividades que nos depara el calendario y a los que muchas veces no valoramos en su justa medida– por las calles. Comienza un nuevo curso en todos los apartados de la vida. Y llega cargado de retos para una ciudad y un territorio que tienen por delante meses fundamentales para definir su futuro, con grandes apuestas que hay que sacar adelante.
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