Pasados ya unos días de la nueva tocata y fuga de Carles Puigdemont, del pimpampum y el efectismo, aún sin dar crédito a que todo un señor expresident se permita cuestionar públicamente por activa y pasiva a los Mossos d’Esquadra –viva el respeto institucional–, la vida sigue. Es el drama de Puigdemont, que vuelve a Waterloo y la vida sigue. Su paseo por Barcelona dejó dos mensajes, más allá del descrédito de los Mossos: una venganza cruenta contra ERC –resuena aún aquel famoso tuit de Gabriel Rufián de las “155 monedas de plata” después de que Puigdemont planteara convocar elecciones tras el 1-O– y la asunción de la institucionalización de Salvador Illa como nuevo president, frente a un líder de Junts protagonista ante las cámaras pero ausente de la Cámara. Pero esto no ha hecho más que empezar, porque este nuevo ciclo en Catalunya pasa –otra vez– por Madrid y por el desarrollo de ese acuerdo para una financiación singular, un “concierto económico solidario” en palabras de ERC. Y, en contrapartida, el nuevo curso político en Madrid puede pasar también por Catalunya: el acuerdo PSC-ERC desaira a Junts, cuyos votos son imprescindibles para Pedro Sánchez –por ejemplo para aprobar los Presupuestos–, quien tendrá que gestionar –a ver hasta dónde llega– la rebelión territorial en el PSOE por el acuerdo catalán.