Anda estos días nuestro amado templo del cortado mañanero convertido en pleno desierto. Tenemos a la mayoría de los viejillos desperdigados por pueblos varios, sobre todo hoy que, al coincidir con el 15, es fiesta patronal hasta en Kuala Lumpur, aunque allí igual ni lo saben. Pero entre los abueletes presentes –incluso a pesar de que el calor me los ha tenido muy jodidos en las jornadas precedentes, lo que ha derivado en un consumo mayor de txikitos por aquello de favorecer la hidratación– siempre hay tiempo y lugar para el salseo. Uno de los aitites preguntó el otro día algo que dejó a la parroquia torcida. El buen señor había escuchado en la radio que la casa de los vascos y las vascas estaba cerrada por vacaciones julio, agosto y un buen trecho de septiembre. El hombre andaba mosca porque cuando él trabajaba por cuenta ajena tenías que haber currado todo un año para generar derecho a unas vacaciones normales. Le dijimos que más o menos el tema seguía igual hoy. Claro, él no comprendía cómo una gente que, tras las elecciones de abril, tiene contrato en vigor desde mayo, cuenta con casi tres meses para tumbarse a la bartola. A lo que alguien añadió que sus señorías también se suelen fumar enero. A partir de ahí, la lista de improperios fue creciendo sin parar. Para eso no hay vacatas.