De un tiempo a esta parte se le ha metido mano a los insultos racistas que algunos futbolistas han recibido, proferidos por espectadores en los estadios. Bien está haber abierto este melón, aunque lo de señalar como “racista” a una afición, una ciudad o un país entero se me antoja sacar las cosas de madre. Dicho esto, si bien está perseguir y castigar a aquellos que denigran por el origen racial, no menos importante me parece la persecución de otros insultos igualmente vejatorios para sus destinatarios y no quedarse solamente en aquellos de tintes racistas (LaLiga lleva denunciando en este sentido desde hace años). Tanto derecho a la protección merece quien es calificado como puto negro como aquel al que califican de maricón de mierda o hijo de puta. Y, ojo, tanto derecho a ser protegidos tienen los futbolistas, como el resto de estamentos necesarios para la celebración de un partido. Y sí, se me vienen a la cabeza los árbitros, quienes siempre han estado en el centro de la diana y a quien casi nadie se preocupa en proteger. Y, de la misma manera, bien estaría no perseguir solo los desmanes desde la grada, sino también los de los propios futbolistas –alguno de los que enarbolan la bandera de la dignidad entre ellos– que no pocas veces se pasan de frenada con sus insultos.