Para cuando leáis esta mesa de redacción yo ya estaré de vacaciones y haciendo alarde de mi optimismo natural –mi familia cree que vivo en Iupilandia–, quiero pensar que para entonces el mundo habrá cambiado. Seguro que la guerra de Ucrania habrá llegado a su fin, Putin y Zelenski conseguirán ponerse de acuerdo y se firmará un tratado de paz entre ambos países. La fiesta durará hasta altas horas de la noche. En consecuencia –del tratado de paz, no de la fiesta–, los precios se empezarán a estabilizar; el combustible volverá a su precio anterior –que ya era caro, pero bueno–, la luz nos dará un alivio y ya no tendremos que estar poniendo lavadoras a las doce de la noche. El oro líquido dejará de llamarse así para llamarse aceite, a secas. Y hablando de secar, la sequía no habrá sido tan heavy y las lluvias de los últimos días habrán conseguido que los embalses vuelvan a estar a más del 80%. Los agricultores, viticultores y ganaderos no darán crédito. Los que sí los darán y con intereses muy bajos son los bancos, que habrán conseguido estabilizar la inflación. Pero volveré de las vacaciones y todo esto será un sueño, una utopía, y nos tendremos que conformar con soñar despiertos y luchar porque Iupilandia, algún día, se convierta en realidad.