Vitoria-Gasteiz sufre un segundo caso de agresión sexual en las fiestas de La Blanca. Esta vez la víctima ha sido una menor de edad. Con esa noticia comenzaba mi día de trabajo el lunes. ¡Qué mierda!, pensé. Recordé también una conversación, bastante triste, mantenida con una amiga embarazada que comentaba preferir que su futuro bebé fuese un niño y no una niña porque así se quitaba de la cabeza que pudiesen violarle. Muy triste, sí, pero esto lo he oído en más de una ocasión. Y es que es, por desgracia, frecuente todavía hoy que en las grandes aglomeraciones de gente se den situaciones de acoso sexual. Y si media alcohol, como es el caso de las celebraciones festivas populares, el desvarío de ciertos personajes prepotentes puede acabar en un delito muy grave como la violación. En pleno siglo XXI, una fiesta popular que concentra a multitudes no debería implicar ningún riesgo de quebrantar la dignidad de ninguna persona. Actuar contra una mujer al amparo de la nocturnidad y el exceso de alcohol es propio de cobardes y miserables anclados culturalmente en épocas prehistóricas. “Bueno, al menos en La Blanca solo han sido dos casos”, decía un imbécil. ¿Solo?, por favor, pensemos un poco. No es no.