Las negociaciones para conformar mayorías que cristalicen en gobiernos son como las salchichas al vacío: mejor no saber cómo se hacen. Y en eso están las cocinas de la política, cada una a sus salchichas, calibrando cuántas podrán colocar en el mercado de la presidencia española. Al margen de lo que se cuece entre los muñidores de los partidos, Vitoria-Gasteiz encarna el contrapunto jolgorioso de la fiesta que aparca las diferencias para exaltar la amistad verdadera. Vaya paradoja: mientras unos se susurran contrapartidas a la oreja en la penumbra, otros comparten alcoholes buenos y mejores viandas entre el griterío circundante en las calles por La Blanca.
Sánchez se halla de vacaciones pero su fontanería de guardia trabaja a pleno rendimiento a la espera de desplegar las plumas con la constitución de las Cortes el día 17. El PSOE enarbola las banderas del modelo territorial y de la financiación autonómica para concitar primero los 171 escaños más probables antes de poner la pelota en el tejado de Junts, asido a la estéril doble exigencia de referéndum más amnistía general. Mientras sobre el soberanismo catalán, más minorizado en el último envite electoral, se cierne la amenaza de nuevos comicios en forma de plebiscito entre Sánchez y Feijóo. Consciente de la dificultad de contar con votos afirmativos de Junts más allá de la abstención, Sánchez maneja la bala de plata de Coalición Canaria, colmando todas sus demandas para las islas después de dejarse investir allí por el PP justo en contra del PSOE como sigla más votada.
En la acera de enfrente se afanan por visualizar una investidura imposible. Pues, pese al subidón en el arranque de semana por hacerse con el escaño número 137 para llegar a los 172 incluso con Coalición Canaria, Feijóo siempre tendrá más votos en contra que a favor, como ha constatado UPN. La teoría de la ilicitud de otra presidencia de Sánchez ya solo la compra la forofada diestra mientras las comunidades regidas por el PP se enredan ante la hipótesis de una quita de deuda y ya son cuatro gobiernos los compartidos con Vox tras el cerrado en Aragón. Feijóo, opacado para los restos por Ayuso, parece determinado a pasar primero por una sesión de investidura condenada al fracaso y que, una vez superado el momento de gloria mediática, le reportará una resaca a prueba de hectogramos de ibuprofeno.
Aunque para resaca –y de la mejor– la que nos han dejado en Vitoria-Gasteiz los dos primeros días de fiesta grande y de cohesión ciudadana sin distinción de ideologías, compatibilizando la jarana con los actos religiosos. Más allá de los hurtos habituales, el paradigma del sano divertimento, con el respeto al prójimo y al mobiliario como máxima. Ejemplo también de fiestas igualitarias en la calle, con tolerancia cero frente a los acosadores como el agresor detenido, y ojalá también en casa mediante el reparto de las tareas domésticas. Unas fiestas al alza, como lo demuestra la renovación generacional en cuadrillas de blusas y neskas, así como la pujanza de una parrilla cultural extensa y variada. La Blanca, al rojo vivísimo.