Resuenan los ecos del evento político de la semana, la ruidera de un debate tosco entre dos gallos rebosantes de ego más que de propuestas. Empate técnico a testosterona, excesiva, e ideas, escasas. Para deleite de los forofazos de uno y otro contendiente, más de los de Feijóo a tenor de los sondeos posteriores. 

La pregunta que no resuelven las encuestas de parte reside en quién ganó a los ojos del millón fronterizo entre PP y PSOE que decanta elecciones. Desde la premisa de que se invirtieron los teóricos papeles, con un Feijóo duro y a la ofensiva, sin desmarcarse de Vox, frente a un alterado Sánchez que se presentó como una víctima del aparataje conservador. El gallego se debatió entre la mentira, la principal que el aún presidente gobierna con Bildu y ERC cuando se ha tratado de apoyos concretos en pensiones más SMI o reforma laboral –lo de que Podemos no firmó el pacto contra la violencia machista y Vox sí ya fue delirante– y el cinismo de ese constitucionalismo de hojalata evidenciado en que si el PP manda ahora lo hará con el mismo CGPJ de Rajoy, como si la presidencia de Sánchez constituyera un agujero negro para la cúpula judicial. Por su parte, el socialista pecó de errático, pasto de tres errores clamorosos: timorato en una defensa de la gestión económica que debería haber soportado con más datos y gráficos frente a los que esgrimió Feijóo; tibio para negar acuerdos de gobernabilidad con Bildu –ahí está Iruña como paradigma– y para afear la hipocresía del PP sobre ETA –Aznar la llamó “movimiento de liberación vasco” con la violencia de persecución en toda su crudeza–; y pésima idea la de aludir al Falcon, un regalo que permitió a Feijóo espetarle aquello de “¡si lo saca usted!”. 

A la opinión publicada conservadora también se le vio el cartón. Demasiado artículo escrito de antemano designando a Feijóo como claro ganador por anticipado. Con inquina contra Sánchez tan nítida como la manga ancha de los moderadores del debate con el candidato del PP, que al margen de instalarse en la falacia sin contraste periodístico tuvo bastante más de un minuto de oro como colofón, además de cerrar la retransmisión con una generosa entrevista. Así que Sánchez se vio en la necesidad de jugarse una bala de plata y acabó disparándose en el pie. Pues se ha sentado el precedente infausto de un único cara a cara entre presidenciables en televisión privada, excluyendo a la pública incluso a efectos de señal. La mercantilización del debate electoral más determinante sin la salvaguarda de la neutralidad debida. 

Hubo y habrá más debates polifónicos de mayor profundidad para reflejar mejor la pluralidad de este sistema parlamentario, cierto que con audiencias tan exiguas como la del encuentro a siete de este jueves, en datos de hace 30 años. Pero aquí nadie debiera tener la potestad de imponer quiénes debaten y dónde. Bastaría con fijarlo por ley en defensa del interés general. Con esta derecha que viene, tronando tambores, no ocurrirá.