Fueron señores barrigudos, cuyo físico, seguramente, obedece a una vida licenciosa o a un problema glandular. También los hubo barbados, con looks tremendamente cuidados firma del barbero de moda. No faltaron los que surgieron en el ámbito mediático ataviados con outfits de diseñador, con trajes de dos piezas impecables combinados con el corbatín a juego, salido del catálogo de productos de seda de una firma con apellido italiano. Y también se dejaron ver señores pelones, muy dignos, pero sin un pelo de tonto. Todos ellos, según las características biológicas marcadas en su ADN y en su DNI, varones. Unos de derechas y otros de izquierdas. Unos más guapos y otros más feos. Unos más decididos y otros más apocados. Pero todos ellos, hombres y con la condescendencia necesaria como para no darse cuenta de su necedad a la hora de hablar con profusión y hasta aburrir de lo que sienten las mujeres a la hora de enfrentarse a la maternidad y a la interrupción del embarazo, si es que se da el caso. Entre clases magistrales de virilidad piadosa y discursos paternalistas de todo tipo al respecto, a este que escribe y suscribe se le ocurre que, en ocasiones, a ellos –género masculino– les –nos– convendría mantener la boca cerrada para no hacer el ridículo.
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