Llevamos semanas intentando recuperar la asistencia normal a nuestro amado templo del cortado mañanero, lo que no está siendo fácil porque, y no solo entre los viejillos, los catarros varios y sus derivados están haciendo estragos. Esta semana tenemos fuera de combate a un par de habituales y al becario –o sea, el hijo del dueño– con lo que nuestro querido escanciador de café y otras sustancias se está comiendo full time el ir y venir de clientes, lo que está haciendo que su talante y buen humor habituales alcancen cotas nunca antes imaginadas. Por ejemplo, en cualquier otro momento hasta él se hubiera descojonado de la intención de uno de los aitites de ir a Osakidetza, o incluso a donde la misma consejera de la cosa, para pedir la baja laboral al no poder acudir al bar por gripe. Solo con el primer gruñido ya quedó claro que no estaba el horno para bollos. Eso sí, como en la vida hay gente que no conoce el miedo, varios de los parroquianos de más edad, que no temen ya a la muerte, solicitaron el martes formalmente designar al local como campamento base ante la tremenda-nevada-cataclismo-climatológico anunciado para estos días como si en Vitoria no hubiera caído un copo en la puñetera vida. Ahí tampoco se rio, pero que pusiese el cuchillo jamonero sobre la barra, nos dio alguna pista.