Sencillamente, qué bien se está en Vitoria en agosto. Superadas las fiestas de La Blanca, nuestra querida ciudad ha recuperado una tranquilidad inusitada en tiempos pasados: la del mes de agosto. Quienes por deseo, obligación o falta de plan y/o pasta nos quedamos en Vitoria después de la subida de Celedón vamos tranquilos a los sitios, da igual en coche, que en autobús, a pie o en bici. Mismo relax para disfrutar de las piscinas, sin estrés para aparcar o comprar y apenas colas en la mayoría de los sitios. Cierto es que quienes habitamos la ciudad en agosto echamos en falta algún sitio más abierto para tomar un pote o comer, pero, tras dos años de pandemia y unas fiestas en las que lo hemos dado casi todo, entendemos que la hostelería –la que pueda, claro– también diga aquello de “hasta setiembre, que me voy de vacaciones”. Así que, inmersa en esta felicidad veraniega, me sorprendo tan tranquila en un semáforo a la espera de que pase el BEI. En el mismo cruce que genera el resto del año una impaciencia a veces desmesurada. Y entonces me pregunto si no será nuestro estrés diario, y no el BEI, el que nos produce una insana crispación porque el ritmo del día a día nos supera. Un punto de vista diferente con el que mirar las cosas mientras arranco de nuevo.