De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda animar al personal a “salir de su zona de confort”. Gurús de la superación personal y coaches de la reinvención de uno mismo apelan en libros, charlas y vídeos a dejar de lado aquello que nos hace sentir cómodos y seguros para saltar hacia no se sabe muy bien dónde. Aunque al otro lado haya un vacío sobre el que la mayoría de la gente ya se ve obligada a hacer equilibrios en su día a día. Como si no fuera complicado el camino para abandonar voluntariamente las veredas por las que se transita con relativa tranquilidad. ¿Acaso no aspiramos en esta vida a alcanzar aquello que nos aporta bienestar? Pues déjenme tranquilo si me vale con lo que tengo y soy. Pero claro, para que la rueda siga girando necesita que los ratones no se queden quietos... Oponerse a añadir presiones extra a la mochila no supone dejar de intentar mejorar, carecer de ambición o no marcarse retos. Precisamente esas metas son las que cada uno se fija para alcanzar su zona de confort. Si tu trabajo no te llena, tratarás de encontrar uno mejor; si tus relaciones no te hacen bien, buscarás unas más sanas; y si no te sientes feliz y realizado con cómo eres, harás bien en intentar cambiar. Pero que no sea porque una frase de taza de café nos fuerce a ello.