uándo empezó todo esto? ¿Fue a raíz de la crisis de 2008? ¿Desde que surgieron las redes sociales? ¿Es porque ya casi no quedan testigos directos de guerras y posguerras? Nuestro mundo se ha transformado en un pozo de intolerancia, egoísmo, superstición e idolatrías varias. Basculamos ideológicamente entre izquierdas atomizadas en miles de siglas, ortodoxas hasta la asfixia, que no hacen sino mirarse el ombligo en sus minúsculos espacios de exclusión, superficiales en sus análisis e inútiles en su acción; y derechas cargadas de odio, profundamente cínicas, maniqueas y manipuladoras, que aglutinan a millones de personas en una contradictoria lucha común en favor del individualismo. Soberbia y fanatismo por doquier. Vivimos en un estado de miedo permanente, miedo al futuro, miedo al coronavirus, miedo a la vacuna, al diferente, miedo a que estalle la burbuja en la que nacimos y siempre hemos vivido, miedos teledirigidos a través del móvil, clasificados y adaptados a nuestro perfil de usuario. Vagamos por un mundo virtual a base de constantes chutas de dopamina que nos autoadministramos con el dedo gordo, siempre insatisfechos, sin rumbo fijo, cada vez más lejos de quienes tenemos más cerca, cada vez más interconectados, cada vez más solos.