Djokovic le ha salido finalmente el tiro por la culata y no podrá tomar parte en el Open de Australia tras ser deportado. Ha jugado con fuego y a la postre se ha quemado con merecimiento. Ni él ni nadie debería estar por encima de las estrictas normas que impone un país para acceder a él si no se ha vacunado. Basta ya de gente con privilegios en esta vida que aprovechándose de su condición de máxima estrella se siente el amo del cortijo y hace lo que le plazca. El tenista serbio ha recibido un durísimo escarmiento por parte de las autoridades australianas. Tiene derecho a no vacunarse, pero debía apechugar con las consecuencias. Sin embargo, qué se puede esperar de alguien que dentro de la pista ha exhibido sus malos modales en infinidad de ocasiones y fue descalificado en un Grand Slam tras aquel célebre pelotazo a un recogepelotas. Su carrera como tenista es inmaculada con los mismos grandes que Federer y Nadal (20). Sin embargo, jamás podrá igualar al suizo y al balear en cuanto a carisma, clase y saber estar. Resulta penoso que, por ejemplo, no haya aprovechado la plataforma que le concede su posición para causas mejores. Este culebrón de mentiras e irregularidades en su documentación dañará su reputación. Otro mito que se cae. Ya van muchos en los últimos años por desgracia.
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