ara que un país vaya bien tiene que haber empleo, y para que haya empleo tiene que haber gente con empleo, y por tanto con dinero, para comprar bienes o servicios cuya producción o prestación exijan contratar gente. Cuanta más demanda de cosas de todo tipo haya en una sociedad, por tanto, más próspera será. La buena marcha de una economía se mide sobre el terreno en los pedidos que llegan a las industrias, que garantizan tranquilidad a las grandes bolsas de trabajadores, lo que a su vez da de comer a la hostelería, el comercio, las agencias de viajes e inmobiliarias, cines, carnicerías o empresas culturales. La actividad económica es imprescindible tanto para que el Estado recaude, redistribuya y proteja a las personas más vulnerables como para que la mano invisible haga que el más guapo, fuerte y listo sea también el más rico del cementerio. Y este discurso de los martes y los jueves lo tenemos que casar con el de los lunes, los miércoles y los viernes, el que dice que el planeta no puede crecer a este ritmo, que el mar está lleno de bolsas de plástico y el aire de CO2, que el crecimiento sin límites ha alterado el clima y que el consumismo desaforado es el síntoma de la enfermedad moral de Occidente. ¿Qué hago entonces esta Navidad, gasto o no gasto?
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