ueron 45 minutos sin parar, sin coger respiro, sin hacer un paréntesis, sin dejar que nadie más metiera baza. Todo un espectáculo de la naturaleza. Tanto que llegué tarde al currelo porque aquello me tenía más atrapado que un culebrón turco. A un lado de la barra, dos de los más veteranos en la asistencia diaria a nuestro amado templo del cortado mañanero, de los de desayuno y pre-cena cada jornada hasta el mismo día en que se jubilaron, y no hace mucho de eso. Al otro, nuestro querido escanciador de café y otras sustancias, que se había levantado con ganas de sacar la recortada y quedarse solo. Desde el bicho de los huevos hasta el juego del Alavés y el Baskonia, en esa conversación -por llamarlo de alguna manera- no quedó títere con cabeza. Se habló del Rioja Alavesa o del Rioja o del no me toques las narices con el vino que la tenemos, del BEI, de la Constitución, del soterramiento del tren, de la OTA, de Rusia y sus ganas de invadir Ucrania, de las bandas juveniles, del nuevo libro de Rajoy, de si van a cambiar o no el ambulatorio del Casco Viejo, de las navidades, de la nieve y de vamos a dejar de quejarnos porque llueve que esto es Vitoria, joder, del Balón de Oro y de si hay chips, chops o chups para Mercedes. Se quedaron los tres agotados, sin una gota más de mala leche. Así que todo bien, gracias.
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