ace unos años, el primer verano que dejaron al frente de la nave del misterio al becario -o sea, el hijo de nuestro querido escanciador de café y otras sustancias-, el padrebarrajefebarramalapersona le dejó un papel en el espejo grande del local para que lo viese todos los días al entrar a aguantarnos. Y en él se podía leer: el cansancio no existe. Vamos, la versión duskiniana de lo que mi ama repite siempre, pero sobre todo desde que está jubilada: el trabajo es salud. Pero llevamos ya dos semanas en nuestro amado templo del cortado mañanero con el jefe empotrado en la cama porque su espalda le ha dicho que verdes las han segado. Y el becario, que empieza a ser digno hijo de su padre, le ha mandado a casa a uno de los viejillos para hacerle una visita y de paso decirle: si al sufrimiento le das sentido, es motivación, es placer. Que es la versión duskista de lo que solía decir mi aita en sus tiempos: malo, malo, es meterse por ahí un palo. En el intercambio familiar, los venerables se lo están pasando en grande. Tanto que alguno ha planteado invitar al creador de la filosofía duskisista para vivir alguna de sus tardes interminables de mus, partidas en las que más que estar enamorados de la defensa, hay que saber esquivar los garbanzos con los que se llevan las cuentas y se practica el tiro al compañero.
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