uchas mujeres -y digo muchas porque no sabemos todavía su número definitivo- han necesitado escuchar cómo Rocío Carrasco relataba sus dos décadas de malos tratos por parte de su ex marido para levantar el teléfono y comenzar a pedir ayuda. Al margen del personaje público, del escenario escogido, de la dudosa ética que, en ocasiones, demuestra la cadena que la entrevistó, el hecho en sí es que su denuncia ha provocado una reacción en cadena y cientos de mujeres en nuestro país se han animado a decir a las psicólogas de SATEVI "hola estoy aquí". Y eso es lo que debemos aplaudir. No voy a entrar a la polémica sobre la vida de Rocío Carrasco. Es cierto que su infancia, adolescencia y juventud no ha sido como la de las demás y quizás la estela que dejó su madre, Rocío Jurado, nos ha invisibilizado parte de lo que ella sufría en silencio. Veíamos al personaje y no a la mujer que, no hay que olvidar, permaneció dos décadas callada mientras era hostigada y amenazada con perder a su hijo e hija. Y los perdió. Quizás sea eso lo que, simplemente, han necesitado otras víctimas para poder hablar. Que alguien más famosa que ellas, a quien el escaparate nos muestra como perfecta, en su interior compartía el mismo terror que ellas.
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