onfieso que tengo debilidad por las manifestaciones. De contento o de descontento, me da igual. Las manifestaciones nos definen. Nos brindan una excelente oportunidad de expresarnos en comunidad. Desconocidos luchando o celebrando unidos. Democracia. Qué quieren, me llaman la atención. Y esta semana, dos me han tocado el corazón. Por un lado, la de la muchachada del macrobrote balear que acabaron indignados por estar encerrados en un hotel. "Nostie-nense-cuestrados", gritaban a coro. ¿Como aquellas franquistas emperladas que forzaban el cordón policial con su "quere-mosir-amisa"? ¿Como los "cayetanos" que obligaron al servicio a hacer ruido por ellos y se saltaron todas las normas anticovid pidiendo a voz en grito "libertad"? Pues igual. Angelitos. Por otro lado también se han celebrado las fiestas del Orgullo. Las calles se volvieron a llenar de arcoiris ante esa sombra gris que no escampa. Hungría, República Checa, la UEFA... Basauri. El chat de la cuadrilla. Usted. Yo. Estas marchas nos recuerdan que hay que mantener la guardia siempre alta y ganar espacios de libertad y respeto. Ni más ni menos. Y, lo que es más difícil, desde la alegría pese a todo. Así que lo que les decía: cómo no enamorarse de las manifestaciones. Sabiendo lo interesantes que todas resultan. Y lo mucho que nos definen.
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