enemos al grueso de los viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero pasando como si no hubiera un mañana por el frontón de Lakua, conformando una especie de gran conga de la vacunación, esa Pfizer para arriba, esa Moderna para abajo. Desde aquí, mis respetos al personal sanitario que tenga que estar soportando a estos. El otro día, y hay testigos, uno de los venerables le debió decir a la practicante de turno que si lo suyo no se lo podían dar en vaso, que con la jeringuilla no podía brindar. ¡Ay, ama! Dice uno de los venerables que ellos ya están en eso de la inmunidad de los borregos, así que están planeando exigir al Gobierno Vasco que declaren el bar sitio donde de una puñetera vez puedan estar dentro, aunque sea sentados y con mascarilla por tener que soportarnos a los no vacunados, que hemos pasado a ser los indios malos de las pelis de vaqueros buenos. A la espera de que la autoridad competente resuelva, el martes nuestro querido escanciador de café y otras sustancias se decidió a preparar la celebración de San Prudencio poniendo un caracol en salsa con cada consumición, ya fuese un vino, un con leche o un mosto. Y claro, tómate el cortado con el cornudo en una de las dos mesas de la calle bajo un toldo que no detiene la lluvia para conmemorar al santo meón. Pues eso, una fiesta.
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