La Vuelta es un western crepuscular en Andalucía, que se tuesta al sol, incandescente, sin miramientos. Un tormento. Sol de aluminio que galvaniza los cuerpos, que los va quemando, apagándolos. Combaten los ciclistas, crepitantes, la canícula, el calor extremo y el bochorno que hace arder la piel con chalecos de hielo, bolsas congeladas en el cogote y helados. Cualquier elemento frío que sirva para aliviarse de una condena que apresa con cadenas de fuego.
La temperatura en el infierno no debe distar mucho del camino hacia Sevilla por las entrañas de agosto. Un horno. Es la Vuelta una letanía, un paso de Semana Santa en agosto, la pena que se arrastra entre saetas que escupen fuego.
Bulle el mercurio, que baila espasmódico, a casi 40 grados. Hierven los ciclistas, que solo buscan agua, como zahoríes en tierras desérticas. Todos víctimas de un calor insoportable. Al menos Pavel Bittner alivió el sofoco con una victoria estupenda, puro vigor y exuberancia de la juventud.
Esa bomba de energía cayó sobre Wout van Aert en un esprint larguísimo. Se estiró aún más Bittner, que derrotó al belga por el perfil de la rueda. Emparejados al máximo, Bittner fue más fotogénico en la photo finish. Se estrenaba el checo en la Vuelta, a la que accedió después de dos victorias en la Vuelta a Burgos. Su piedra de toque. Su afinación.
“A mis compañeros les dije que creyeran en mí, que me veía con opciones de ganar. Es una locura. Es increíble ganar aquí”, celebró con entusiasmo y una sonrisa contagiosa el checo en una jornada de bostezo y bochorno.
Bittner fue una oasis en un desierto, donde no tracciona la Vuelta, víctima del calor, de un trazado sin chicha y de la escasa competitividad de numerosos equipos en una etapa con final al esprint. Todos esperaban el duelo entre Kaden Groves y Van Aert en Sevilla, pero Bittner les quitó la silla, convertida en trono. Lo ocupó con descaro y buen humor.
La pena le agarró a Rui Costa, que tuvo que abandonar por una caída en el callejero de Sevilla, donde pinchó Mikel Landa. No tuvo ninguna afectación en el tiempo para el alavés. Landa estaba en la zona de protegida para averías, incidentes o caídas. Los favoritos descontaron otro día al almanaque de una Vuelta al que le falta pulso. Roglic continúa de rojo.
Fuga de Juaristi y Ruiz
En ese territorio hostil, inhumano, se enajenaron Ibon Ruiz, un hombre en fuga en la Vuelta, reviviendo recuerdos en su tercera escapada, y Txomin Juaristi, que acompañó al gasteiztarra. El del Kern Pharma y el del Euskaltel-Euskadi dignificaron la competición. Siempre dispuestos a batallar en una guerra perdida, pero no por ello baldía.
Esa exposición, el metraje de cámara, los kilómetros acumulados en las piernas, premian a los equipos invitados, que exprimen sus deseos a pesar de que la expectativa es un muro infranqueable. ¿Qué sería de los seres humanos sin los sueños, la imaginación y la esperanza?
Ruiz y Juaristi cumplieron punto por punto lo que se demanda de ellos. Se rebelaron. Mostraron más coraje que la mayoría. La aventura de Juaristi y Ruiz la tumbó la inercia y un pellizco del pelotón cuando el viento saludó la carrera, que alteró el pulso por un instante. El vizcaino y el alavés se dieron la mano después de cerrar el pacto de la fuga, que les mantuvo en primera plana.
Etapa tediosa
Otros, y son muchos equipos del WorldTour, sin opciones reales en el esprint y tampoco después en la montaña, donde pleitean los mejores, prefirieron desentenderse de la competición. No querían molestar al pelotón. La tendencia de no exigirse en las jornadas de transición, en los días llanos, es ley. Eso mata el espíritu de la carrera.
Nadie abandona el orden establecido y acepta un juego en el que acumulan cartas perdedoras. Asumen el relato de los poderosos, que se sacian no sólo por el talento que puedan acumular en sus plantillas, también porque no existe un espíritu de insurrección.
Sumisión
Ni un ápice de crítica a un sistema que desforesta su supervivencia en el largo plazo. Los ricos fijan el entramado y los que no lo son, en contra de cualquier lógica, lo aplauden.
Las formaciones más pudientes tienen conciencia de clase, pero entre la clase media ese sentimiento de pertenencia es más dudoso. Sostienen el pensamiento de los jerarcas porque por debajo observan a los equipos invitados. Eso les condena al anonimato.
Los más humildes pelean por dejarse ver. Los otros son invisibles. Urge una reflexión para dotar de vida a etapas que parecen un museo de cera, sin apenas animación, absolutamente contemplativas y sumisas. La carrera se apresuró en la sala de espera del esprint de Sevilla. En una amplía y larguísima avenida, en los estertores, al fin, un poco de brisa para ventilar la Vuelta. Bittner trae aire fresco.