Tal vez solo sea porque el pérfido algoritmo de Google me conoce demasiado, pero ayer me quedé con los ojos como platos al escribir “Silvia” en la barra de búsqueda y ver que el primer resultado que me ofreció el predictivo completaba el nombre con el apellido “Orriols”. Las siguientes opciones eran la periodista Silvia Intxaurrondo y Silvia Bronchalo, madre del tristemente célebre Daniel Sancho.
Este es el minuto en que sigo preguntándome cómo es posible que una persona que hace un mes era prácticamente desconocida haya llegado a lo más alto en el buscador de buscadores.
Las respuestas no son demasiado alentadoras. Probablemente es porque la lideresa del rancio movimiento independentista catalán xenófobo y de extrema derecha ha conseguido un nivel de popularidad tal que la llevará al Parlament el próximo 12 de mayo. Y no solo a ella. Varias de las últimas encuestas otorgan a Aliança Catalana hasta cuatro representantes y dan por hecho que superará el umbral del 3%.
Estrategia del avestruz
No son pocas las personas, incluso muy puestas en la realidad y la política de Catalunya, que no se explican cómo ha podido prender así una formación que mezcla sin rubor soberanismo con supremacismo racista.
A mí, sin embargo, me cuesta poco hacerme una composición de los motivos. Y menos, después de haber leído ayer en El País un esclarecedor artículo firmado por la siempre afinada y afilada Najat El Hachmi. La triple hereje –los respectivos puristas le niegan las condiciones de marroquí, catalana y/o española– contaba cómo ella asistió al nacimiento de Silvia Orriols.
Habla, lógicamente, en sentido figurado, refiriéndose al despegue no solo de la figura pública de la caudilla ultra sino también de las ideas fanáticas que, si nadie lo remedia, se convertirán en un puñado de miles de votos.
El texto apunta con valentía casi suicida a la pésima gestión que las formaciones progresistas hacen sobre el islamismo radical y el yihadismo, tratándolos como unas cuestiones de diversidad y no como un peligroso movimiento totalitario perfectamente equiparable a la peor extrema derecha.
“La estrategia del avestruz”, lo denomina El Hachmi. Y no ocurre solo en Catalunya.