Cuánta razón tiene el socialista donostiarra Enrique Ramos: lo que más pereza da de la campaña para las elecciones vascas es “leer o escuchar a todos los opinadores de la M-30, que lo que saben de Euskadi es porque un día se comieron un pintxo en el Ganbara, explicarnos a los demás lo que pasa aquí y cuál va ser el resultado”. Claro que quien dice opinadores puede decir también turistas políticos de los partidos que deben obediencia a Madrid, empezando por el propio PSOE, que vienen a contarnos lo que somos con un conocimiento de causa más bien limitado, por mucho que se llamen Pedro Sánchez o José Luis Rodríguez Zapatero. De la desinformación en la materia de Alberto Núñez Feijóo ni hablamos, porque si atendemos a los discursos de sus delegados territoriales, de Javier de Andrés hacia abajo, la triste conclusión es que no tienen ni pajolera idea de la tierra en la que viven.

Con todo, si en la todavía incipiente campaña oficial establecemos una competición sobre mandarines matritenses tan osados como ignorantes sobre estos bárbaros parajes del norte, ahora mismo el liderazgo lo ocuparía de largo Irene Montero. La dirigente de Podemos se plantó el pasado jueves a arropar a los restos de serie de su formación en la CAV y, en lo que pretendía ser un ataque al PNV, se echó a la boca la pamplina estomagante de los ocho apellidos vascos. La misma, oh sí, con la que llevan años haciéndose los graciosos todos los tertulieros de la fachunda mediática española. Podría esperar uno que la candidata de la menguante cosilla morada a lehendakari, Miren Gorrotxategi, euskaldun y vasquista acreditada, le parase los pies a su jefa. Nada más lejos. Ese mensaje rancio españolista es el principal reclamo de campaña de Elkarrekin Podemos, apoyado con un vídeo en el que se burlan hasta de la Real. Esas tenemos.