Está teniendo emoción lo del voto por correo. La Junta electoral ha concedido la petición, casi ruego, de la compañía pública postal española para ampliar el plazo de entrega de los sufragios hasta las dos de la tarde de hoy. A esa hora, sonará el “¡campana y se ha acabado!” del 1,2,3 que recordamos los que ya hemos renovado unas cuantas veces el carné de identidad. Y será también el momento de conocer los números reales que las derechas políticas y mediáticas esperan con la escopeta cargada. Sospecho que, por pequeña que sea la cifra de votos por entregar, tendremos dos o tres titulares gruesos que darán pábulo a los apóstoles de las teorías conspiranoicas para extender la especie de un pucherazo orquestado desde el gobierno español. Por desgracia, parte del daño ya está hecho. La insistencia de Feijóo en sembrar dudas con medias palabras ha instalado el runrún del fraude.

De poco va a servir que, como creo que finalmente ocurrirá, el balance dé la razón a Correos. Aunque solo se queden en las carterías los miles de documentos que sus cachazudos solicitantes no han recogido después de hasta tres intentos de entrega domiciliaria, se machacará la falsa idea de que no sé cuántos ciudadanos se quedarán sin poder ejercer su derecho y bla, bla, bla, requeteblá. Se pasará por alto que, salvo algunos casos puntuales en que sí ha podido haber error o mala gestión, eso será así por la propia irresponsabilidad (o, como poco, dejadez) de quienes no han puesto de su parte para que las papeletas les llegaran a tiempo. Por lo demás, lo que procede es el aplauso al personal que ha cumplido una misión casi imposible.