No mezclar - Por supuesto que el asesinato del joven Nahel a manos de un policía francés fue un crimen execrable que no debe quedar impune. Y seguramente también retrata el racismo de una parte -no sé cómo de importante- de las fuerzas de seguridad galas. Es del todo entendible una reacción contundente de denuncia. Incluso, en lo humano, se puede llegar a comprender algún exceso violento provocado por la rabia. Pero hasta ahí. No es ni remotamente de recibo justificar, cuando no bendecir y aplaudir, el torrente desbocado de actos vandálicos que se ha extendido por todo el hexágono desde hace ya seis noches. El siniestro saldo es de incontables detenidos, más de mil heridos y, por desgracia pero no por sorpresa, la muerte de otro joven en unas circunstancias que dejan bastante claro que las protestas son un falso banderín de enganche para dar rienda suelta a otros comportamientos que no tienen que ver con la reivindicación de nada. El chaval murió al caer del techo de un supermercado -en ese momento, cerrado- que se estaba intentando saquear.
Redentores- Por muy tentador que resulte entregarse a la épica revolucionaria, no estamos ante ninguna insurgencia de los oprimidos. Como mucho, quizá quepa explicarlo como la explosión de una olla a presión económica y demográfica que se ha sido incapaz de identificar y frenar a tiempo. O mucho peor, que sí se identificó, pero que se dejó crecer o incluso se alimentó con ese buenrollismo que tanto les jode que les señalen a los cómplices de la barbarie. Manda muchas narices que todos estos santurrones aplaudan ahora desde la comodidad de sus casas bien alejadas de los desmanes que, por ejemplo, se haya quemado una biblioteca en Metz o se haya dado fuego a un autobús de turistas chinos, que salieron por los pelos entre las llamas. No se enteran los redentores de allí (y menos, los de aquí) que el estallido de odio va también contra ellos.
Ganan los ultras - ¿Y quién se frota las manos? No es difícil adivinarlo. La extrema derecha se está dando un festín señalando cómo sus profecías apocalípticas se van cumpliendo a rajatabla. Y la cuestión es que en Francia hay analistas nada sospechosos de derrotar por el flanco diestro que se suman a las tesis de Marine Le Pen, Zemmour o los principales sindicatos policiales galos de que ya se está librando una guerra civil. Apuntan como prueba que los objetivos de los ataques son símbolos de la República como escuelas, ayuntamientos, transportes públicos o las propias fuerzas de seguridad. Los pescadores de río revuelto están de enhorabuena.