Se llamaba Claudia

– Apenas tres días antes de la artificiosa conmemoración del Día Mundial contra el acoso escolar, una gijonesa de 20 años decidió acabar con el martirio a que venían sometiéndola varios de sus compañeros desde hacía mucho tiempo. Antes de lanzarse al mar desde el cerro de Santa Catalina de la localidad asturiana, Claudia dejó una estremecedora nota de despedida manuscrita en la que señalaba a la panda de desalmados que la habían empujado a tomar la fatal e irreversible decisión. Después de identificarse con el alias con el que la mortificaban –Ratatui–, les acusaba sin ambajes de haberla “machacado hasta el punto de no salir de la cama en años y de llevarla al suicidio”. Y terminaba con estas frases desgarradoras: “Que sepáis que habéis herido a muchas personas y ahora espero que carguéis con una muerte en vuestra conciencia. Por favor, parad el acoso, dejad a las personas ser quienes son. #StopBullying. Hasta siempre”.

Reacciones tardías

– La respuesta del centro escolar en que, según denunciaba la joven, se había producido su infierno a lo largo de varios cursos apesta a cinismo, a encogimiento de hombros, mirada hacia otro lado y reacción letalmente tardía, todo ello rematado con un incalificable “rogamos a Dios que conceda a la familia la fortaleza necesaria para afrontar esta terrible pérdida”. Los indicios apuntan a que si el colegio hubiera hecho bien su trabajo, la familia no necesitaría de la participación divina para aliviar lo que, por otra parte, es imposible de aliviar. Como queda claro en la terrible misiva, la situación no fue cosa de un par de días o tres. Se prolongó en el tiempo sin que se detectara. Y esa es la mejor de las hipótesis, porque pudo ocurrir que sí se hubiera detectado y se optara por no intervenir. Para nota también, lo del gobierno asturiano lamentando lo sucedido y prometiendo una investigación cuyo resultado –en caso de que realmente se haga– no supondrá castigo ni para los abusones ni para sus consentidores.

Protocolos

– Por desgracia, este episodio, que en Euskal Herria, por desgracia, no resulta ajeno, nos cuenta buena parte de la realidad de ese acoso sobre el que ayer, como era el día oficial, se hicieron tantas declaraciones pomposas. Una vez más, dominamos el arte de la consternación cuando se dan casos irreparables, pero no alcanzamos a poner medios efectivos para evitarlos. Y no, no cuela lo de los fantásticos protocolos tan bienintencionados como, a la postre, ineficaces incluso en sus nórdicos países de procedencia donde el bullying campa tan a sus anchas como aquí abajo.