Cantaba Víctor Jara que la vida es eterna en cinco minutos. Así que en seis, ni les cuento. Ese fue el lapso que, según nos explica hoy Míriam Vázquez en estas mismas páginas, tardó EH Bildu en mandar al consejero Pedro Azpiazu a jugar a la pala en la reunión del pasado martes que tenía como objetivo teórico explorar las posibilidades de un acuerdo presupuestario en la demarcación autonómica. Ni tuvo la ocasión el titular de Economía y Hacienda de tentar a los soberanistas con unas resultonas ayudas para la emancipación de los jóvenes y un descuento majetón para aligerar la factura de la calefacción. Sin tiempo apenas más que para los saludos protocolarios y los comentarios de rigor sobre lo que habían cambiado de un día para otro las circunstancias meteorológicas, la delegación encabezada por la futura candidata a Diputada General de Gipuzkoa se levantó de la mesa y corrió a anunciar a los plumillas que con esta panda de neoliberales desorejados no se podía ir ni a cobrar una herencia y, en consecuencia, se presentaría una enmienda a la totalidad que lo flipas.
Con precisa sincronización, los teletipos se albriciaban con la buena nueva: la división matritense de la coalición había cerrado un pacto del copón con el gobierno español por el que entregaba sus votos a los presupuestos de los otrora opresores a cambio de un congo de concesiones de toma pan y moja. Por ejemplo, el mismo traspaso de las competencias de Tráfico a Navarra que se comprometió hace cuatro años a la entonces presidenta de la comunidad foral, Uxue Barkos, o la concertación de impuestos a la banca ya cerrada con el PNV. Pero el relato es el relato.