ES evidente que la consejera Gotzone Sagardui debió ser más precisa en sus primeras palabras sobre el tipo de modelo sanitario hacia el que caminamos. O quizá, siendo como es, una persona sin dobleces, le faltó la malicia de los profesionales de la política para edulcorar la realidad. De poco le sirvió afinar el mensaje 24 horas después. Para entonces, el pantano demagógico ya se había inaugurado, con la consiguiente e inevitable afluencia masiva de chapoteadores de toda condición, repitiendo mantras idénticos, qué curioso, de uno al otro extremo ideológico.

Y ojo, que, por decirlo todo, también hemos escuchado voces muy críticas de profesionales y usuarios que han pretendido construir y no enfangar el patio. Me temo que van a ser la excepción. Estamos ante una cuestión muy golosa para el acoso y derribo de brocha gorda. No solo es una pena sino una catástrofe, porque lo que requiere este momento es ceder a la tentación del "cuanto peor, mejor", y buscar el modo de salvar uno de los pilares de nuestro sistema de bienestar. Desde luego, el punto de partida no puede ser complaciente ni tender a la autojustificación. A nadie que haya necesitado atención médica en los últimos tiempos se le escapa que ha habido un notable deterioro del servicio, que no es únicamente achacable a la pandemia. Es urgente tratar de recuperar lo que fue nuestro gran motivo de orgullo, pero sin pasar por alto la cruda realidad, con ingredientes de tormenta perfecta. Cada vez somos más pacientes en el sistema y no hay profesionales sanitarios suficientes para atendernos en condiciones. Busquemos la solución entre todos.