- Lo sabe hasta el tato. Igual que las oscuras golondrinas de Bécquer, también volverá el que fue nombrado por Franco “sucesor a título de Rey” después de sus dos años de extrañamiento jacarandoso en el Golfo. Va a ser, además, un regreso por entregas, entre lo ridículo y lo patético. El primer acto, como ya se nos ha anunciado a golpe de pífano, será este fin de semana en Sanxenxo, localidad gallega a la que la prensa de orden y la Wikipedia continúan nombrando Sangenjo, en castellano cañí. Viene el tipo, según la coartada oficial, a bribonear en su barquito de vela, y hasta se ha permitido mandar un mensaje guasón a sus compañeros de regateo. “Estoy desentrenado”, les ha advertido, dando pie a ni se sabe cuántas gracietas facilonas. La mía fue involuntaria y debida a la miopía. Leí en el titular “desenfrenado”. Como decía un antiguo compañero de la radio pública, a veces, una letra...
- Comprobaremos en el próximo episodio si, además de pegarse unos rules náuticos y entregarse con denuedo al Albariño y el marisco (“Un home que come centolla non dorme ben se non...”, reza una maldad de mis ancestros), encuentra un rato para verse con su hijo. O, visto desde el otro lado, si el vástago tiene un hueco en la agenda para echarse al careto a su progenitor. No me digan que lo de este par no es de familia requetedisfuncional. Lleva el viejo una jartá de tiempo en los Emiratos, y cuando al joven le cuadra viajar hasta allá para rendir tributo fúnebre a un sátrapa que la ha diñado, ni se digna cursar una visita de cortesía al autor de sus días que, además, es el que le ha cedido la corona que lleva ajustada a la testa. Solo cuando ya está de vuelta el ingrato, una nota de palacio nos anuncia que ha hablado por teléfono con su padre y han quedado en verse (faltaba añadir “ya si eso”) un día de estos en Madrid.
- Pues eso, que si se cumple lo que apesta a coreografía preparada, ese día será este mismo fin de semana. No piensen que ahí va a quedar arreglado todo. Los juancarlistas más recalcitrantes están encabronados hasta más allá del sulfuro porque, en caso de que le dejen volver al paquidermicida y comisionista, no será al Palacio de la Zarzuela sino vaya usted a sabe a qué chabola de lujo que le preste este duque o aquel marqués. Tal cual se lo he leído a Alfonso Ussía en una doliente pieza en la que, de propina, nos contaba que a su señor no le gusta un pelo que lo llamen “el emérito”, razón de más para seguir motejándole así a mala baba mientras seguimos disfrutando del penoso espectáculo. l