- Pues sí, efectivamente. Vox ha entrado por primera vez en el gobierno de una comunidad autónoma. Es noticia de relieve y, desde luego, bastante negativa por lo que implica y por las acciones concretas en que se pueda traducir. Pero, oigan, que llevamos no sé cuántas llantinas hiperventiladas a cuenta de lo mismo. Va siendo hora de finiquitar el duelo y pasar a la siguiente pantalla, aquella en la que las fuerzas que se autotitulan de progreso se paran a pensar cómo hemos llegado hasta aquí y se plantean si hay un modo de revertir la situación. Claro que eso exige dosis de autocrítica y de disposición a dejarse los cuernos que no casan con la querencia perezosa de los que ostentan el monopolio del pensamiento progresí. Es mucho más fácil, es mucho más cómodo, amorrarse a la consigna de aluvión, reclamar cordones sanitarios engolando la voz y declarar alertas antifascistas a tutiplén para acabar cayendo en el más patético de los ridículos.
- Sí, porque cada uno de esos toques a rebato acaba siendo un tiro por la culata. La victoria apoteósica de Isabel Díaz Ayuso en la comunidad de Madrid hace ahora casi un año es el ejemplo canónico. Ahí debería haberse corregido la estrategia, pero ni por esas. Se cometió la misma pifia en la ahora protagonista de la actualidad Castilla y León. ¿Qué se consiguió? Pues, de entrada, un hostiazo cósmico de la izquierda, con unos números penosos del PSOE, que en el caso de Podemos fueron directamente humillantes. Es verdad que el PP salió escocido del envite, pero el precio fue la crecida exponencial de Vox, el coco de la extrema derecha que se había llamado a combatir por tierra, mar y aire. Resumiendo, un pan como unas tortas... sin el menor de los propósito de enmienda.
- ¿Y eso por qué? Pues por una confluencia de motivos. El primero, que Vox es un espantajo que resulta muy facilón. Su caspa rancia lo pone en bandeja para hacer la contra. Está tirado ponerlos a caer de cien burros por cavernarios. Incluso, se diría que sale a cuenta y que se busca intencionadamente que los abascálidos permanezcan en el centro de la pista de baile del debate político. Nutrirlos es una forma muy eficaz de debilitar al PP a la par que se acongoja al personal con las mil y una plagas que seguirían a la derrota del actual gobierno español. Esa parece ser, de hecho, la única baza a la que se aferra el inquilino de Moncloa como sustento de su continuidad: vender el miedo a una extrema derecha a la que se dice combatir pero que en realidad se alimenta.