- El estado francés vive hoy la primera vuelta de sus elecciones presidenciales. Empiezo por algo tan obvio porque confieso que prácticamente hasta anteayer no le había prestado la menor atención a la campaña. Con los ojos clavados en la despiadada devastación rusa de Ucrania, apenas he seguido como un ruido de fondo las evoluciones de los aspirantes -nada menos que siete con cierto fuste- al Elíseo. Y no sé si decir que me he perdido algo, porque se llega a las puertas de las urnas prácticamente con las mismas expectativas que en 2017. Salvo enorme sorpresa, tras la criba de esta noche, volverán a pasar a la fase decisiva el actual presidente, Emmanuel Macron, y la incombustible Marine Le Pen. Aquí ya hay una noticia. Hace apenas dos meses, los más sabiondos analistas daban por finiquitada a la dama de la ultraderecha ante el empuje del todavía más cavernario que ella Eric Zemmour, al que los sondeos más recientes apenas le conceden un 10 por ciento de los votos.
- El motivo para el tembleque no es solo que Le Pen haya remontado por el flanco cavernario y se vaya a merendar a su rival ultramontano. La desahuciada antes de tiempo ha ido escalando en las estimaciones de voto hasta el borde del empate con Macron en la segunda vuelta. Todo hace indicar que dentro de catorce días se volverá a jugar un todo o nada como el de hace cinco años con los mismos contendientes o como el de hace veinte, cuando el padre de Marine se disputó la presidencia con Jacques Chirac. En ambas ocasiones resultó efectivo el toque a rebato de las fuerzas democráticas y se evitó con holgura que el populismo extremista se alzara con la victoria. Esta vez, sin embargo, no está tan claro que vaya a funcionar el todos a una contra la candidata del partido ahora llamado Reagrupación Nacional. Seguramente la sangre no llegará al río, pero parece que nunca como hasta ahora se han dado unas circunstancias tan favorables para el triunfo de Le Pen.
- En este escenario, de nuevo Macron se erige en dique de contención. O, dicho de otro modo, en mal menor. No parece que el posturero actual presidente despierte grandes pasiones. Su fuerza, en realidad, es la debilidad del resto. La derecha tradicional francesa no levanta cabeza desde los tiempos de Sarkozy. Y por la izquierda, el panorama es incluso más desolador. Tanto, que con la socialista Anne Hidalgo reducida a anécdota, su mejor baza es el superviviente bastante trasnochado Jean-Luc Mèlenchon. Parece que hay reflexiones pendientes.