- Comprendo que a estas alturas, apenas cuatro días después de su defenestración definitiva, resulten ya extemporáneas unas líneas sobre Pablo Casado. El palentino está amortizado de sobra y no tocará ocuparse de él en un recuadrito perdido hasta que lo coloquen acá o allá. Pero déjenme que antes de que se difumine del todo su recuerdo le dedique esta suerte de obituario, tan prescindible como él mismo en la política. De hecho, el posible interés de su necrológica ni siquiera reside en el propio finado sino en lo que nos revela sobre el funcionamiento de su partido y sobre la miserable condición humana, empezando por la de sus conmilitones y siguiendo, muy de cerca, por la suya. Quedará para los anales del patetismo su última intervención ante la panda de traidores sin escrúpulos que lo acuchillaron sin piedad a la vista de todo el mundo. En lugar de acordarse de la puñetera calavera de quienes lo dejaron colgado de la brocha para salvar el culo, se lió a espolvorear risas pésimamente fingidas mientras se llevaba la mano al corazón como si estuviera feliz y agradecido de haber sido laminado.
- Su tránsito al inminente olvido descubre la gran tramoya. Estos cuatro años han sido una inmensa pérdida de tiempo para el PP. No hay ni medio logro que se le pueda atribuir. Su legado para la política en general y para sus siglas en particular es un conjunto vacío absoluto. Su trayectoria ha consistido en una eterna patada a seguir y en un ir viendo en bucle. Uno ratos era la derecha más rancia y casposa y otros, se ponía centrista, regenerador y hasta le levantaba el mentón a Santiago Abascal. Luego, claro, no tenía lo que hay que tener para romper con él, y se dejaba dar mala vida en Madrid capital y comunidad, Andalucía o la región de Murcia. Para nota, la convocatoria electoral adelantada en Castilla y León, tremendo pan como unas hostias que terminó con pacto de gobierno con los abascálidos. Cobarde e hipócrita hasta el último minuto, cuando ya había sido descabalgado, renegó del acuerdo.
- Con todo, nada delata más su baja estatura política que el hecho de haber encontrado la horma de su zapato (y a la postre, el final de su carrera política) en su antigua amiga Isabel Díaz Ayuso, que tampoco es precisamente una estadista de relumbrón. Creía que la aplastaría como una mosca, pero acabó mordiendo el polvo dos meses después de que las encuestas lo señalaran como presidente del Gobierno. Bien poco tardó el sueño en convertirse en pesadilla. Aunque pasará menos tiempo en que lo olvidemos casi del todo.