- Este es el minuto en que no tengo nada claro si se ha arreglado o no la huelga (es decir, el paro patronal) del transporte por carretera. Los titulares de la prensa que acaricia el lomo al gobierno español parecen indicar que ya no hay de qué preocuparse. La ministra cuyo nombre aprendimos hace quince días se ha reunido con las designadas como “organizaciones mayoritarias” —vaya usted a saber si de verdad lo son— y, tras sacar la chequera con la pasta del contribuyente, ha conseguido hacerlas entrar en razón. Como para no: subvención de veinte céntimos por litro de gasoil y 1.250 euros a fondo perdido por camión. Ya quisiera cualquier currela en lucha pillar una bicoca así. A ver quién es el guapo que rechaza la oferta. Pues miren, por ahí levanta la mano uno (no sé decirles si guapo o no) que tuerce el morro y proclama que él no se vende por un plato de lentejas. Atiende por Manuel Hernández y, gracias a Twitter y Ferreras, se ha erigido en líder de los esforzados del volante.
- Nadie conoce más méritos del fulano ni se ha podido acreditar a qué colectivo concreto representa. Pero por esos misterios insondables, es el que parece haber conseguido que miles de camiones aparquen en el arcén y provoquen un roto indecible a multitud de sectores. Porque lo de menos es que usted o yo no podamos encontrar en el bar la cerveza de nuestro gusto. O, incluso, que durante un tiempo los lineales del súper estén vacíos de leche, determinadas verduras o aceite. Eso es un mal menor, casi anecdótico, al lado de la obligación de tirar la leche o las verduras en origen o de tener que cerrar restaurantes, paralizar obras o suspender la actividad de industrias de diversa índole. No soy tan ingenuo de creer que todo esto es porque el tal Hernández tenga una capacidad de caudillaje del copón. Y mucho menos, porque haya razones objetivas para un paro tan salvaje como se está produciendo.
- No digo que no haya motivos para el descontento. Pero en el caso que nos ocupa, nos han vendido demasiadas motos. La primera, lo de las pérdidas estructurales. ¿Qué negocio aguanta años y años palmando? No cuela. Menos, cuando los clientes de las empresas de transporte siempre han estado dispuestos a apoquinar con las subidas de precios del combustible, sabiendo que todos los sectores intermedios implicados harían lo mismo hasta que el pagano fuera el de siempre, el consumidor final. Así que desengañémonos. Esto no va de justa reivindicación sino de demostración de fuerza de quien puede permitírselo. Y de insolidaridad.