- La prensa española de derechas (no digamos la de ultraderecha) se está poniendo las botas con el episodio de la familia de Canet que se fue al juzgado a denunciar la inmersión lingüística en catalán. Lo tremendo es que, así como en otras ocasiones el vertido de bilis ardiente y los exabruptos son producto de la pura invención y la peor intención, en este caso hay una base real. Tristemente real, imposible de negar salvo que se esté tocado de un fanatismo atroz o de una todavía más atroz miseria moral. Los hechos contantes y sonantes de los últimos días certifican un brutal acoso a la inocente criatura, convertida en apestada, y a su familia, señalada por tierra, mar y aire. Por desgracia, insisto, no hay forma de rebatir la odiosa comparación con el profundo (y no tan profundo) sur de Estados Unidos durante los años cincuenta y sesenta, cuando los negros desafiaron el supremacismo blanco. Estamos hablando de pintadas amenazantes, publicación de todos los datos privados de los denunciantes y, en definitiva, de apartheid puro y duro.
- Servidor, que vive donde vive y tiene los años que tiene, recuerda los tenebrosos tiempos del “algo habrá hecho”. Los castos y puros que no tiraban de gatillo ni de goma 2 daban su cobarde bendición a los que se encargaban —bien a gusto en muchos casos, por lo demás— del trabajo sucio. Afortunadamente, en la cuestión que nos ocupa no hemos llegado (ni llegaremos, digan lo que digan los anunciadores del apocalipsis) al asesinato. Sin embargo, estamos en una persecución despiadada que bajo ningún punto de vista puede ser amparada por quienes crean en los derechos más elementales incluso de sus adversarios ideológicos.
- Puesto que conozco a un buen puñado de ellos, doy por perdidos a los descerebrados de antorcha ardiente. Y también a todos los plusmarquistas mundiales de las denuncias de injusticias siempre que vengan del lado que les conviene. Pero no dejo de hacerme cruces ante el silencio clamoroso de muchas personas que, defendiendo honestamente sin descanso el derecho a la inmersión lingüística, no pueden (o entendía yo en mi ingenuidad que no podían) permanecer calladas ante la inconmensurable tropelía que se está perpetrando contra el niño de Canet y su familia. Una buena causa, como sin duda lo es la apuesta por una educación en la lengua propia del país, en este caso, el catalán, no puede plegarse al indigno silencio ante comportamientos intolerables como el matonismo sin matices. El fin no justifica los medios. Aunque se diría que en este caso, sí los justifica.