Pirotecnia - Nominalmente, el ministerio que le cayó a Alberto Garzón en la pedrea del gobierno español de coalición es el de Consumo. Ya de origen, una nadería desgajada de Sanidad para que la mala copia de Anguita (qué ciegos estuvimos los que creímos que el individuo tenía algún fuste) tuviera una cartera. Pero es que en sus menos de dos años de ejercicio lo que nos ha quedado claro es que el único propósito del negociado es la pirotecnia. Es decir, los anuncios que provocan una hueva de ruido y a la hora de la verdad no procuran una puñetera nuez. Lo vimos con las medidas que supuestamente iban a convertir en infierno el negocio del juego, hoy más boyante que nunca, tanto en locales físicos como en Internet. También con esa tontuna contra el consumo de carne que, estando verdaderamente cargada de razones en el fondo, su torpeza a la hora de la puesta en escena acabó sieno un remedio peor que la enfermedad.
Solo un anuncio - Siguiendo en la misma línea de tapar el sol con un dedo, la penúltima vacuidad del ministro ha consistido en anunciar a bombo y platillo la futura prohibición de la publicidad destinada a menores de bollería industrial, helados, zumos azucarados, bebidas energéticas y, en fin, otros productos con una composición nutricional que contribuya a la obesidad infantil. Vamos, de casi todas las porquerías de las que se atiborran las criaturas… y las no tan criaturas; los conozco yo bien talluditos que se ponen finos a base de dónuts o bollycaos. Me apresuro a decir con entusiasmo que el objetivo no puede ser más justo y necesario. Es una evidencia que hay que hacer algo contra todos esos venenos tan gustosos, tan adictivos y tan fáciles de encontrar en cualquier sitio.
No es la publicidad - Lo que no tengo nada claro es que esa actuación urgente sea la limitación de la publicidad. Ese golpe, como mucho, atizará a los de siempre: a los medios, tanto convencionales como digitales, a los que parece acusarse de perversos incitadores al vicio y las malas costumbres. Como si nuestra intervención fuera necesaria para que la chavalería conociera la existencia de lo que tiene a mano en la tienda de chuches, en la máquina autodipensadora o en el súper de la esquina. Si verdaderamente se tiene la convicción de que los productos son nocivos hasta lo intolerable, hay cien caminos anteriores que hay que tomar. Si hay que prohibir algo, será la utilización de materias perniciosas para la salud en la elaboración de artículos destinados al consumo tanto de menores como de mayores. Y antes incluso, se podía empezar obligando a etiquetarlos correctamente y sin trampas.