- No deja de asombrar el desparpajo de los presuntos líderes del mundo libre. La imagen que ilustra estas líneas, que para esta hora se la habrán encontrado hasta en la sopa, la ha distribuido el propio glorioso ejército de los Estados Unidos. Se trata, supuestamente, del último soldado de los suyos abandonando Afganistán. Hay que tenerlos de acero para vestir de épica del recopón lo que es una huida con el rabo entre las piernas después de haberse tirado veinte años perfectamente inútiles en un país que, a su marcha, sigue siendo el que era cuando llegaron. Decenas de miles de vidas locales y foráneas se han perdido para nada por una cuestión que se nos vendió como de principios, aunque sin necesidad de ver ninguna serie de Netflix o HBO, todos sabíamos que solo iba de los intereses multimillonarios de los contratistas, eufemismo para no decir traficantes sin escrúpulos de armas, seguridad o drogas, que son la gran riqueza del país. Ahora el negocio vuelve en exclusiva a los talibanes y lo hace de un día para otro.
- En todo caso, no me entiendan mal. Ni por un segundo estoy reclamando que continúe la intervención. Puesto que me opuse a ella desde el minuto uno, no atesoro las suficientes reservas de cinismo, es decir, de hipocresía, como para exigir que se perpetúe una acción imperialista de manual. Si no estuviéramos ante una tragedia descomunal, me carcajearía ante los más progres del lugar, que al denunciar con tanto brío la marcha a escape del ejército estadounidense, se están revelando como los colonialistas de tomo y lomo que son. Y les hago precio de amigo, porque sus actitudes y declaraciones dan para retratarlos sin más miramientos como supremacistas blancos sin remisión. Según ellos, abonados a la milonga eterna del buen salvaje, absolutamente todos los males de un país que lleva a tortas desde el principio de los tiempos son culpa de los malvados occidentales.
- A la vista de lo anterior, debería resultar curioso que sea Occidente, y más concretamente la denostada Unión Europea, el destino propuesto para acoger a los miles de fugitivos del régimen sanguinario que se ha impuesto. Otra contradicción para sumar y seguir. Como también lo es el consenso tácito para pasar por alto que el origen de esta catástrofe indecible que se nos está transmitiendo en tiempo real es el islamismo, una ideología que, más allá de la religión en la que se apoya, es tan destructiva como cualquiera de los otros totalitarismos que sí somos capaces de identificar y denunciar.