Los documentales de naturaleza, esos que todo el mundo dice ver, han servido desde hace muchas décadas para mostrarnos los animales más curiosos, los paisajes más impresionantes o la evolución de nuestro planeta. Una preocupante evolución que ya casi nadie cuestiona, aunque los hay, y que David Attenborough se ha encargado de divulgar y denunciar a lo largo de sus más de 70 años dedicado a idear, producir y poner voz a los documentales más impresionantes, convirtiéndose quizá en la figura más destacada de la historia de esta disciplina. Y siempre con una intención loable: mostrar que hay soluciones si se quiere atajar y revertir el cambio climático, la desaparición de ecosistemas y la extinción de especies.

Vocación temprana

Nacido el 8 de mayo de 1926, en Londres, llegó al mundo el mismo día que la recientemente fallecida reina de Inglaterra Isabel II, aunque él sigue vivo camino de los 97 años. Hermano del cineasta Richard Attenborough (conocido entre sus múltiples películas por ‘Parque Jurásico’ y fallecido en 2014), mostró desde su infancia un gran interés por el mundo natural. Siendo un crío ya coleccionaba fósiles, rocas y lo que encontraba por el campo. Su pasión llegó a oídos de una joven arqueóloga y escritora británica, Jacquetta Hawkes, que le animó a seguir adelante cuando sólo tenía siete años.

Otro impulso en la misma dirección le dio una de sus hermanas adoptivas (sus padres acogieron a dos niñas refugiadas judías durante la Segunda Guerra Mundial) al regalarle un fragmento de ámbar que contenía en su interior insectos fosilizados. La magia de esa piedra lo fascinó e incluso acabó siendo la protagonista de un documental (‘La máquina del tiempo de ámbar’, 2004) 70 años después. El joven británico tenía ya muy clara su vocación y se graduó en Ciencias Naturales en la Universidad de Cambridge. El servicio militar no sólo no truncó su trayectoria. Le tocó realizarlo en la Marina Real británica, y su paso por Gales del Norte y por el fiordo del río escocés Forth le permitió descubrir mundos naturales que no conocía.

Desde niño fue un apasionado de los fósiles y las rocas, estudió Ciencias Naturales y acabó en la BBC.

Entrada en la BBC

Una vez terminado el servicio militar, decidió que su futuro debía estar en la divulgación y comenzó a trabajar en una editorial de libros de ciencia para niños. Con 24 años, en 1950, quiso trasladar sus conocimientos a un público más amplio y adulto y solicitó un puesto como productor de programas de radio en la cadena pública británica, la BBC. Aunque su petición fue rechazada, la jefa de producción investigó su pasado en la editorial, le vio potencial y le dio la oportunidad, con lo que pronto le permitieron hacer lo que realmente quería; dedicarse a los programas de naturaleza.

Attenborough, en 2000 con un suricato. Instagram

Ahí comenzó una larga y prolífica carrera en la que también tuvo su pizca de suerte. Uno de sus primeros trabajos fue una serie sobre animales salvajes, ‘En busca del zoo’. El presentador iba a ser el responsable del terrario del zoológico de Londres, pero enfermó repentinamente y Attenborough se convirtió en el improvisado conductor, lo que le confirmó que eso era lo que quería hacer a partir de entonces.

Series ambiciosas

Así que renunció al cargo de director de programas para centrarse en sus series documentales, que pasaron de versar sobre entornos cercanos a viajar por todo el mundo. Su proyecto ‘Hacia el Este con Attenborough’ (1973), en el Sudeste Asiático, ya evidenciaba por el título el prestigio que el naturalista estaba adquiriendo, y lo ambicioso de su siguiente trabajo llevó a que la BBC se asociara con la Warner Bros.

Era la mítica serie ‘Life’ (Vida) escrita y presentada por él y compuesta por ‘Vida en la Tierra’ (1979), ‘El planeta vivo’ (1984) y ‘La vida a prueba’ (1990), aunque también realizó muchas otras producciones más especializadas, centradas en el propio planeta (‘El estado del planeta’, ‘Planeta azul’ y ‘Planeta Tierra’), la Antártida (‘Vida en el congelador’), las plantas (‘La vida privada de las plantas’) y por supuesto los animales (‘La vida de los pájaros’, ‘La vida de los mamíferos’, ‘Vida en la maleza’, sobre invertebrados terrestres, y ‘Vida en sangre fría’, sobre los reptiles y anfibios).

Ha creado y presentado muchas de las series de documentales de naturaleza más conocidas.

Alertas y soluciones

Lo que distingue a Attenborough no es su manera de enseñar el mundo natural, que también, sino su interés por conservarlo y por alertar de los destrozos que en él está provocando el ser humano. Fue una de las primeras voces en ser consciente del cambio climático, antes de que se pusiera de moda la expresión, y de cómo muchas especies se iban extinguiendo. Y lo que es más importante, no se ha dejado llevar por el catastrofismo, sino que siempre ha tratado de proponer soluciones, de dar esperanza al planeta al que tanto quiere.

Con el príncipe Guillermo en 2020. Instagram

De hecho, en 2020, con 93 años y después de una década ya sin apenas actividad, presentó su última producción, la primera en streaming en Netflix. Se llama ‘Una vida en nuestro planeta’ y recorre toda su trayectoria profesional para terminar solemne ante un tribunal imaginario: “Yo soy David Attenborough, tengo 93 años y esta es mi declaración como testigo”.

A partir de ahí refleja evidencias tan duras como “la retirada del mundo natural y el avance implacable de la especie humana” y asegura que “la cuestión ya no es salvar el planeta, sino salvarnos nosotros. La humanidad se encuentra en una encrucijada, el mundo natural está seriamente amenazado y las consecuencias pueden ser apocalípticas. El problema es que el cambio climático ha desaparecido de los titulares porque se percibe como un futuro distante”. Para él, la principal preocupación no es únicamente el cambio climático, sino la dramática pérdida de la biodiversidad provocada por la destrucción de ecosistemas. “Nuestro futuro no cambiará si no cambiamos nuestra relación con los animales”.

Alertó del cambio climático antes de que se pusiera de moda y siempre ha asegurado que el planeta aún tiene solución.

Un limonero en Gijón

La vida personal de David Attenborough siempre ha quedado en un discreto segundo plano. Con 24 años se casó con Jane Elizabeth Ebsworth Oriel, con quien estuvo 47 años, hasta su muerte en 1997. Con ella tuvo dos hijos, Robert y Susan. A lo largo de su vida ha acumulado innumerables premios tanto por sus obras como por su persona, entre ellos el Príncipe de Asturias en 2009. Aprovechando su recogida, plantó con sus propias manos un limonero que sigue creciendo y dando sus frutos en Gijón. 

En contra del creacionismo

Como prestigioso naturalista ha tenido que responder constantemente a preguntas sobre el creacionismo. Él siempre se ha declarado agnóstico, sin descartar que pudiera ser compatible un Dios con la teoría de la evolución, que para él se evidencia claramente con la observación del mundo. Pero en más de una entrevista ha asegurado que no cree en un Dios del que todo depende. “Tiendo a pensar en gusano parásito que está horadando el ojo de un niño sentado a la orilla de un río en África Occidental y que le va a dejar ciego. ¿Estás diciendo que el Dios en el que crees, tan misericordioso, que cuida de nosotros, creó ese gusano que no puede vivir en ningún otro sitio que no sea el ojo de un niño inocente?”, reflexionó. Sus ideas le llevaron a unirse a clérigos y científicos en su lucha por evitar que el creacionismo se incluyera en el plan de estudios de las escuelas del Reino Unido financiadas por el Estado y que reciben patrocinio privado.

Cinco maneras para ayudar al planeta

En su última producción, un reportaje emitido en Netflix en 2020 y titulado ‘Una vida en nuestro planeta’, David Attenborough dedica la parte final a explicar “cinco maneras con las que podemos ayudar al planeta. Dentro de un siglo nuestro planeta podría ser un lugar salvaje de nuevo. Os voy a decir cómo. Hay un principio primordial: la naturaleza es nuestra mayor aliada y nuestra mejor inspiración. Simplemente tenemos que hacer lo que la naturaleza siempre ha hecho. En este mundo, una especie sólo puede prosperar cuando todo lo que está en su entorno también prospera”.


Eliminar gradualmente los combustibles fósiles y hacer funcionar el mundo con energía renovable. “Las plantas de la Tierra capturan tres trillones de kilovatios/hora de energía solar cada día. Esto es casi 20 veces la energía que necesitamos, y sólo de la luz del sol. Imaginad si elimináramos los combustibles fósiles y gestionáramos nuestro mundo con las energías eternas de la naturaleza: luz del sol, viento, agua y geotermia”.

Restaurar la abundancia del océano mediante la introducción de zonas sin pesca. “El océano es un aliado crítico en nuestra lucha por reducir el carbono en la atmósfera. Cuanto más diverso es, mejor hace ese trabajo. Y por supuesto es importante para todos nosotros como una fuente de comida. La pesca es la cosecha salvaje más grande del mundo. Y si lo hacemos bien puede continuar porque es un win-win”.

Cambiar nuestra dieta para que se base en gran parte en plantas. “Cuando se trata de la tierra, debemos reducir radicalmente el área que usamos para cultivar para que podamos hacer espacio para el regreso de la vida silvestre. Y la más rápida y efectiva manera de hacerlo es cambiar nuestra dieta. El planeta no puede soportar miles de millones de comedores de carne. Simplemente no hay espacio”.

Detener la deforestación y restaurar los bosques. “Los bosques son un componente fundamental en la recuperación de nuestro planeta. Cuanto más salvajes y diversos son los bosques más efectivos son absorbiendo el carbono de la atmósfera. Debemos detener inmediatamente la deforestación en todas partes y cultivar aceite de palma y soja sólo en tierras que fueron deforestadas mucho tiempo atrás”. 

Replantar árboles autóctonos a escala global. “Pero podemos hacerlo mejor que eso. Hace un siglo, más de tres cuartas partes de Costa Rica estaban cubiertas de bosque. En los 80, la tala descontrolada la ha reducido a sólo una cuarta parte. El Gobierno decidió actuar, ofreciendo subvenciones a los propietarios de tierras para replantar árboles autóctonos. En sólo 25 años el bosque ha vuelto a cubrir de nuevo la mitad de Costa Rica. Imaginad si logramos eso en una escala global”.