Acaban de cumplirse 900 años de la fundación de Sangüesa. En el año 1122 el rey de Pamplona y Aragón Alfonso I el Batallador extendió al que entonces se conocía como Burgo Nuevo el Fuero de Jaca que su padre, el rey Sancho Ramírez había concedido a un núcleo de población anterior que recibía el nombre de Sancosa. Este Burgo Nuevo se desarrolló a orillas del río Aragón y es la actual Sangüesa.
Si hubo un Burgo Nuevo es que también había otro anterior, al que se rebautizó como Sangüesa la Vieja y del que ya hay registros en el siglo IX. Ese núcleo primigenio es el actual Rocaforte, que creció alrededor del castillo en el que en el año 865 nació el rey de Pamplona Sancho Garcés I, iniciador de la dinastía Jimena que 200 años después alumbraría al rey Alfonso I.
La Comarca de Sangüesa ha sido tierra de frontera, lo que supuso una Edad Media muy movida por los enfrentamientos entre cristianos y musulmanes y entre diferentes reinos cristianos. Por ello, y al igual que otros lugares similares, son numerosos los pueblos que han crecido a en las laderas de un alto a la sombra de un castillo con funciones de vigilancia y defensa. Serían los casos de la cercana Gallipienzo, de Ujué y también Rocaforte.
Un castillo que desapareció
La tranquilidad que ahora se respira paseando por las cuidadas calles de esta localidad, entre sus casas de piedra, algunas con varios siglos bajo sus tejas, no debía ser la que se vivía en tiempos de la dinastía Jimena, entre los siglos IX y XIII, entre el rey Sancho Garcés y el rey Sancho el Fuerte.
Por aquel entonces esta tierras eran fronterizas y desde el cabezo donde ahora Rocaforte avista Sangüesa se vigilaba y defendía las tierras del Reino de Pamplona frente a los ataques musulmanes. Esta atalaya, que ya debió servir como asentamiento romano, contaba con una fortaleza en cuyos alrededores se levantó una aldea identificada como Sancosa.
Una expedición liderada por el jefe árabe Nasir Abd-al Rahmán en el año 924 lo conquisto y arrasó el pueblo. Desde entonces fue cambiando de manos entre musulmanes, el reino de Pamplona y el de Aragón.
Para repoblar la zona se otorgaron varios fueros que animaron a que crecieran los asentamientos, llegándose a distinguir tres, el Barrio Alto o del Burgo Viejo en la proximidad del castillo , el Barrio medio entorno a la iglesia de la Asunción y el Barrio bajo. De esta manera, Sangüesa la Vieja, Rocaforte, se distinguía de Sangüesa la Nueva que ya se asentaba en la orilla del río Aragón.
El castillo de Sangüesa la Vieja siguió vigilando y defendiendo las fronteras de enemigos del reino, al igual que lo hacia el cercano castillo de Javier. Pero tras la conquista de Navarra en 1512 su existencia quedaba condenada. En 1516 fue demolido por orden del rey Fernando el Católico.
Sangüesa acaba de cumplir 900 años, pero nació como un barrio nuevo de Rocaforte.
Nada queda de él salvo que agudos y entrenados ojos puedan distinguir sillares en los muros de las casas . A pesar de todo aún se pueden ver los restos de un muro en el txosne, el punto más alto del pueblo. Ahora es un mirador, el Mirador del Castillo lo llaman, hacia el río Aragón y desde el que se pueden divisar los Pirineos en la linea del horizonte cerrando un amplio paisaje que incluye la sierra de Leyre, el pico Arangoiti, el pantano de Yesa, Santo Domingo, los Altos de Lerga o los valles de La Vizcaya y de Aibar, entre otros. Queda claro porque se eligió este punto como atalaya del reino de Pamplona primero y de Navarra después.
A este txosne, palabra que proviene de la francesa chozne y que, nombra un pan cabezón al que se supone se parece la silueta de Rocaforte vista, por ejemplo, desde el cercano Oratorio de San Bartolomé, se llega desde el Barrio Alto.
Las huellas del ‘poverello’ de Asís
Probablemente, san Francisco de Asís no reconocería en el cuidado pueblo que es ahora Rocaforte la Sangüesa que él conociera cuando a comienzos del siglo XIII hizo el Camino de Santiago y pasó por aquí. No hay que olvidar que Sangüesa es uno de los hitos del Camino aragonés que viene de Jaca.
Su paso por Rocaforte no se ha olvidado y varias son las huellas que dejo. De entrada, fue aquí donde fundo el primer convento de la orden franciscana del Camino y de la península.
Cuenta la tradición que en 1213 san Francisco llegó a Rocaforte en su peregrinación jacobea y se acercó al oratorio que ya existía en la ladera de una colina cercana y allí clavó el bordón que con el que se ayudaba a en su caminar. Este bastón reverdeció y floreció en una morera milagrosa. El santo lo tomó como una señal divina para que fuera en este lugar donde se levantara el primer convento de franciscanos fuera de Italia. La morera, a la que se atribuían poderes curativos, ya seca todavía se mantiene en pie en el Oratorio.
Por su parte, la historia afirma que en esta ermita encontraron a un hombre enfermo y san Francisco dejó a su cuidado al hermano Bernardo de Quintanal sin intención fundador alguna, y fue durante su vuelta en que se decidió que esta ermita fuera la base para un cenobio como los que iba abriendo a su paso.
Pero no quedan aquí las señales de su paso por Rocaforte. En una de las salidas hacia el oeste se encuentra la Fuente de San Francisco, de la cual la leyenda asegura que brotó al paso del Poverello de Asís. Además cuenta que Francisco se desprendió de su concha de peregrino para dejarla en el lugar y facilitar que otros caminantes, peregrinos o no , pudieran usarla como vaso.
El castillo en el que nació el rey Sancho Garcés en el año 865 fue derribado en 1516 tras la conquista.
Sea como fuera la aparición de este regato, de aquí bebían y recogían los vecinos de Rocaforte el agua necesaria para su día a día hasta la década de los años 50 del pasado siglo, cuando llegó el agua corriente al pueblo desde Aibar. Ahora es Yesa la fuente suministradora.
El agua de esta fuente también se empleó para construir un lavadero público recientemente restaurado. Además han convertido este espacio en un área de ocio con unas barbacoas, mesas y bancos a la sombra de los árboles donde disfrutar de comidas y meriendas entre familiares y amigos.
A los pies de Rocaforte
Sangüesa la Nueva, la que acaba de cumplir 900 años también reclama una detallada visita para completar la historia de Rocaforte. Tras cruzar el puente medieval, o lo que queda de él tras la construcción del actual metálico, la iglesia de Santa María la Real da la bienvenida a los visitantes y peregrinos, tanto jacobeos como los que participan en la tradicional Javierada hacia el castillo en el que nació san Francisco Javier, copatrón de Navarra. Desde aquí la ciudad se abre para mostrar los numerosos palacios que se encuentran en sus calles, empezando por el palacio-castillo del Príncipe de Viana, en la plaza Los Arcos, y seguir por el de Ongay, el de los Sebastianes, el de los Añues o, entre otros más, el de los Íñiguez Abarca.
Dentro del patrimonio religioso, además de la de Santa María la Real, la iglesia de Santiago, la de San Salvador, el convento de Nuestra Señora del Carmen (actual conservatorio y auditorio de música), el convento de San Francisco de Asís y cuyos primeros frailes llegaron desde el cercano San Bartolomé.
Son algunos ejemplos de las visitas que muestran la pujanza que a lo largo de la historia ha tenido una localidad que se desgajó de su núcleo original, Rocaforte.
Un atractivo natural
La historia grabó su paso por la Comarca de Sangüesa, pero la naturaleza que lo enmarca también se muestra espectacular. La vega del río Aragón, que recoge las aguas del se nutre del Irati a los mismos pies de Rocaforte; la sierra de Leyre que el propio Irati cruza para salir por la foz de Lumbier: el pantano de Yesa, que a pesar de las obras re recrecimiento sigue siendo un destino ocio y rincones para recorrer.
La sierra de Leyre, un preaviso de que los Pirineos están cerca, ofrece numerosas rutas que ascienden a sus diferentes cumbres, entre las que desatacan el Arangoiti y el Escalar, con sus respectivos 1.353 y 1.302 metros de altitud, o recorren las cañadas de los pastores roncaleses y salacencos buscando los pastos invernales de las Bardenas.
Pero también se puede bajar y recorrer las foces de Arbayún, excavada por el río Salazar, y Lumbier, atravesada por el Irati. La primera es para aventureros y barranquistas y la segunda esta habilitada para todos los públicos siguiendo el antiguo tren del Irati que comunicaba Pamplona con Sangüesa.
Para completar las actividades al aire libre, en Aibar se puede disfrutar del Parque de Aventuras Artamendia, Allí entre las ramas y las copas de un antiguo robledal, grandes y pequeños pondrán disfrutar de columpios, redes, tirolinas y puentes colgantes poniendo a prueba su resistencia al vértigo.
Qué hacer en la Comarca de Sangüesa
Si el visitante de esta comarca de Navarra quiere seguir recogiendo las huellas de la historia, puede recordar que la romanización llegó hasta Rocaforte y empezar por el yacimiento romano de Santa Criz, en Eslava. Es la más monumental de las ciudades romanas conservadas en Navarra. Conserva los restos del que fuera el foro y la necrópolis de la ciudad. Pero también se han encontrado restos de un castro vascón anterior que los romanos aprovecharon para desarrollar Santa Criz. Complementa otros yacimientos como los de Andelo en Mendigorría, Cara en Santacara o Los Bañales en la zaragozana Uncastillo), u otros más próximos como la villa romana de Liédena o los restos de Iluberitani, en Lumbier.
También se puede ir de santo a santo, de Francisco a Francisco, de Asís a Javier y visitar el castillo natal de san Francisco Javier en la localidad del mismo nombre. Recorre este esta fortaleza podría servir para imagina como pudo ser la que se erigía sobre el río Aragón. Además, durante la visita muestra la Capilla del Cristo, decorada con la Danza de la Muerte, una pintura al fresco del siglo XV única en España.
Otra forma de imaginar la antigua Rocaforte es visitar Gallipienzo. Es otra atalaya fronteriza en la que los romanos dejaron también su huella y los reyes cristianos aprovecharon. En esta ocasión una iglesia fortaleza corona la parte alta la iglesia de San Salvador, del siglo XIII y declarada bien de interés cultural en 1994. Otra iglesia, la de San Pedro, del siglo XIV ofrece un respiro en el ascenso por sus calles. En las afueras de Gallipienzo, los amantes de la astronomía podrán contemplar el firmamento con tranquiliza en la ermita de Nuestra Señora de la Peña. Y no hay que olvidarse de los romanos, ya que en un espacio expositivo al aire libre se muestran los restos de y un altar en forma de toro encontrado en lo que parece los restos de una explotación agrícola romana de los siglos III o IV dC.